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La vida exige ligereza.

«Cuanto menos necesito más libre soy. La libertad trae consigo la ligereza de espíritu», me dijo un anciano y sabio chamán del Pueblo Nativo del Camino Rojo, sentado alrededor de una fogata una noche en la víspera de Pothlach. Canción Estrellada -como fue conocido después que descubrió su don de iluminar el camino a las personas de su clan a través de la palabra, cantada o no, como una linterna de proa que muestra las olas que se acercan- me explicaba con paciencia la ceremonia del día siguiente, donde cada uno donaría un objeto de su estimación.

El desapego de los bienes materiales es un buen ejercicio para renovar ideas y conceptos que, a veces, al estar obsoletos, interfieren en nuestra jornada. La simbología del ritual consiste en que cada uno vea y entienda la necesidad de renovarse emocional, intelectual y espiritualmente. Al renunciar a algo que estamos apegados, aprendemos a transformar sentimientos y pensamientos que, al guardarlos inutilmente, se vuelven pesados e interfieren en nuestro caminar. Entendemos que todo puede ser diferente. La vida exige ligereza.

Para seguir adelante en el infinito y fantástico sendero de la vida tenemos que entender su flujo para que nunca se interrumpa, o nos volveremos amargados al percibir que los demás siguen el viaje mientras estamos atados al entretejido de cosas innecesarias.

«Ofrecer un objeto que no sea realmente valioso es manchar la propia dignidad, defraudar el ritual y a la vida. Es como fingir un sentimiento. Se puede engañar a un hermano, pero jamás engañamos al Universo, que como respuesta nos niega el permiso para proseguir hasta que el error sea reparado. Vivir es aprender, transformar, compartir y seguir. Compartir lo mejor de sí es la única forma de prepararse para las nuevas riquezas que la vida tiene para brindarnos».

Estimular en sí mismo el deshacerse de un objeto valioso es preparar la transformación de la visión. Alinear los deseos primarios del ego con las necesidades sutiles del alma exige desapego y coraje, sabiduría y amor. Es pura luz.

«Nuestro verdadero tesoro está apenas en aquello que compartimos. No se puede dar lo que no se tiene y el deseo de acumular demuestra simplemente el miedo con relación a la eterna generosidad y capacidad de amor incondicional del Gran Misterio. Hacemos nuestro mejor esfuerzo y se lo entregamos al porvenir en Sus manos, así como no nos preocupamos de que el sol vuelva a salir al día siguiente», explicó el sabio anciano mientras tragaba el humo de su pipa en cuenco de piedra.
Tal vez al percibir mi mirada perdida en las llamaradas del fuego que ardía y calentaba la noche, Canción Estrellada continuó con su hablar pausado explicando que el Pothlatch tambiém nos enseña que la única cosa que verdaderamente poseemos es el amor. «Es fundamental para culminar la lección de la ceremonia que el objeto sea ofrecido con generosidad. Tu das con amor o no estarás ofereciendo nada que realmente sea tuyo. Todos los bienes materiales son prestados por el Gran Espíritu para que sean usados como herramientas de evolución de todos los pueblos. Ya estaban aquí y aquí se quedarán, al cuidado de otros hermanos, cuando partamos con el viento para cabalgar con nuestros ancestros. Sólo el amor que tu compartes podrá ser llevado en tu maleta sagrada. Todo el resto es secundario».

¿Maleta sagrada? Nunca había oído esta expresión. «La maleta sagrada que cargas en el pecho y suena como un tambor», explicó Canción Estrellada y después de una pequeña pausa, concluyó: «Es tu corazón».
«No significa que la ayuda material sea irrelevante, al contrario, esta es importante», continuó el anciano, «pues quien tiene frio desea un cobertor, pero cualquier hermano de la Tierra que esté asotado por el viento helado del abandono necesita, aún más, ser abrigado por el divino manto del abrazo amoroso de otro hermano. La compasión espiritual es infinitamente más profunda y valiosa que lo material». «Sólo así podremos Caminar en Belleza», finalizó el viejo sabio mientras observábamos como la noche lentamente se convertía en día.

 

Gentilmente traducido por Maria Del Pilar Linares.

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