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La ley de la renovación

“Es necesario, de vez en cuando, desocupar las gavetas del corazón” me dijo el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo del monasterio. Él me había invitado a dar un paseo por los alrededores del bosque al percibir mi inquietud e irritabilidad con los demás monjes y discípulos de la Orden. Una nueva situación familiar había removido recuerdos desagradables que alteraron mi mi paz personal y mi humor en el trato con los demás. Me quejé bastante por la manera en que algunas personas me habían maltratado en el pasado. Él me miró con su enorme compasión y dijo: “El resentimiento crea un verdadero grillete energético que te mantiene atado al ofensor, en una terrible prisión sin rejas que llena de basura tu armario sagrado, el corazón. La rabia envenena las aguas que abastecen la fuente de la vida, el amor”. Hizo una pequeña pausa y concluyó: “Es imposible ser feliz sin perdonar”.

Argumenté que ya había perdonado pero me negaba a olvidar para no permitir que me maltrataran de nuevo. El Viejo se rió con ganas cuando dije esto, lo que me produjo más irritación todavía. Después me miró como si se dirigiera a un niño y me instigó: “Tú no conoces el perdón”. Le dije que estaba equivocado, pues yo no le deseaba ningún mal a aquellos que me ofendieron y con ello, ya había decretado el perdón. El Viejo balanceó la cabeza negando y dijo: “No, Yoskhaz. No desear el mal es el primer escalón hasta el perdón; después limpiamos los compartimientos del alma hasta olvidar la ofensa; finalmente, deseamos el bien al agresor. Este es el camino hasta el perdón”.

Reí con sarcasmo y le dije que él colocaba las cosas en niveles utópicos o dificilísimos. La voz del monje tuvo un tono misericordioso en su respuesta: “No dije que fuera fácil. Manifesté lo que es necesario. Amar apenas a quienes nos aman, hasta los embrutecidos también lo hacen. Es necesario más”. Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “Atravesar el Camino no es para los débiles; limar las asperezas del ser no es para los acomodados; conocerse a sí mismo es para los sabios; realizar las transformaciones necesarias para la indispensable cura del alma no es para los consentidos; iluminar las propias sombras es batalla destinada sólo a los grandes guerreros; conocer verdaderamente el amor está destinado tan sólo a los fuertes”. Hizo una larga pausa, su mirada distante parecía recordar algo, finalmente dijo: “Ser fuerte es una decisión que tomamos todos los días y está a disposición de todos y de cualquiera”.

Vociferé diciendo que él no sabía de lo que hablaba pues yo no solamente había sido agredido, sino también humillado. El Viejo abrió los brazos como diciendo que yo no sabía de que hablaba. Después me explicó con paciencia: “Ser humillado es un permiso que le concedes indebidamente al agresor por el simple hecho de no dominar todavía la virtud de la humildad en todo su infinito poder. Sólo el orgulloso puede ser humillado; sólo el arrogante es humillado; tan sólo el vanidoso puede ser alcanzado por ese mal. El antídoto para tal veneno es la humildad. Ser humilde es aceptar ser el menor de todos para percibir las propias dificultades y, con ello, entender la oscuridad del mundo y, consecuentemente, la del agresor. La violencia, física o verbal, es el perfecto retrato de las sombras que dominan el corazón del atacante. En verdad, la visión perfecta muestra al violento humillándose ante el Universo como pedido velado de ayuda. La ofensa es la máscara de los desesperados, de los perdidos en las sombras de la existencia. Toda persona agresiva es profundamente infeliz. La agonía es tan grande que es necesario desbordarla. Él cree que puede transferir su tristeza, sin percibir que la oscuridad no tiene el poder de apagar la luz”.

“La violencia es el lenguaje incomprendido de los que sufren”.

“Entonces, es hora de ofrecer la otra cara en digna interpretación y ejercicio de las palabras del Maestro, mirando al ofensor con el prisma de la compasión, pues es apenas un sufridor que, en el fondo, no entiende lo que le pasa. Sólo así, aceptándonos como pequeños nos tornamos grandes, inmunizando el virus de la humillación. No en vano, la humildad es el primer portal del Camino que impide que nada o nadie te hurte la preciosa paz”.

“Permitir que la ofensa te alcance, lastime y humille es aceptar la invitación para danzar en el baile de los horrores que dominan el alma del agresor. Encáralo con una mirada compasiva y percibe que sus palabras y actos tan sólo reflejan el desequilibrio que lo hace ser violento e injusto contigo. ¿Ya pensaste cuánto dolor corroe el corazón de la persona que necesita de la violencia en sus relaciones? ¿O cuán sombría es la mente de los violentos? ¿Cuántas tormentas lleva la nave existencial de ese individuo a sucesivos naufragios en las tempestades del dolor? Ellos están ahogados en los mares de la ignorancia, del miedo y de las propias tinieblas clamando, de extraña manera, por los salvavidas de la gentileza y por el socorro de la misericordia, la belleza de la comprensión, la grandeza de la bondad y el bálsamo de la paciencia. La violencia es incompatible con la felicidad. Elegir una visión más sofisticada hace la diferencia entre los andariegos del Camino y aquellos que aún vagan perdidos en los senderos de la vida”.

“Entre las leyes que componen el Código No Escrito, que regula la jornada de todos por el Universo, existe la Ley del Amor, de los Ciclos, de la Acción y la Reacción, de la Afinidad, de la Evolución, de las Infinitas Posibilidades, entre otras. Allí encontramos también la Ley de la Renovación. Para iniciar un nuevo ciclo, todavía en esta existencia, el andariego tiene que preparar su equipaje. No olvides que la ligereza es indispensable para atravesar el Camino. De esta manera, hay que dejar atrás todo aquello que no nos sirve más, que se hace innecesario o que pesa demasiado. Acumulación material excesiva, basura emocional, tristezas, preconceptos, condicionamientos sociales y culturales, ideas obsoletas, actitudes anticuadas, reacciones automatizadas, es decir, todas las viejas formas, deben ser transmutadas. Por tanto, recuerda abrir todas las gavetas del corazón e iluminar tus rincones más profundos en busca de las sombras escondidas que insisten en engañarte con las absurdas ventajas del revanchismo o de la ilusión de protección. Es indispensable barrer de Luz todo y cualquier resquicio de resentimiento, el polvo del odio y las manchas de la rabia”.

“La renovación es el paso anterior a la transformación que impulsa la evolución; es amor y sabiduría en perfecta comunión; es la alquimia de transformar plomo en oro dentro de sí; es la metamorfosis para abrir las alas que te llevarán más allá de las fronteras del dolor y del sufrimiento”.

Todavía inconforme, cuestioné sobre aquellos que me hirieron daño, diciendo que no podrían quedar impunes, como si no me hubieran hecho ningún mal. Los ojos del Viejo estaban llorosos. Tal vez por entender mi dolor, tal vez por conocer el alma humana o por ambas cosas. Me dijo con bondad: “No te preocupes por las lecciones que caben a los otros. A cada cual las enseñanzas que le son pertinentes, en el tiempo oportuno, con la dulzura o el rigor adecuado según el empeño del alumno. A ti te corresponde aplicar las propias lecciones y ofrecer lo mejor de tí a cada día por donde pasas. Cada día un poco más según la expansión de la consciencia. Nadie, absolutamente nadie, estará fuera del alcance de las Leyes No Escritas. El Universo no prescindirá de ningún alma, sin privilegios u olvidos, pues todas tienen igual importancia. Recuerda las dificultades y problemas que enfrentaste en el pasado y cómo ayudaron en tu transformación a evolucionar a través de sus valiosas lecciones. Agradece por todos los dolores y alegrías”.

Argumenté que podría haber, al menos, un pedido de disculpas por parte del agresor. Sería más fácil perdonar. El Viejo arqueó los labios sonriendo y dijo: “Sin duda que sería más fácil, por esto el perdón gana aún más fuerza y poder cuando es un acto unilateral. El perdón es la farmacia para el sufrimiento y tu no necesitas esperar el permiso del otro para curarte. Nadie puede depender de nadie para ser feliz, para seguir su jornada, para volar. La capacidad de perdonar define la exacta grandeza de un alma. Perdonamos independientemente de lo que los otros piensen. Perdonamos para liberarnos a nosotros mismo y a los demás”.

Le dije que tenía razón y que de alguna manera mi alma ya clamaba por esa renovación. El dolor pesa, el resentimiento cansa. Entonces lloré con mucho sentimiento. El Viejo aguardó pacientemente a que las lágrimas lavaran mi alma. Después en catarsis, hablé de las situaciones del pasado que me incomodaban, exorcizándolas de mi corazón. Le comenté acerca de la agradable sensación de limpiar el alma, de cerar la cuenta para continuar ligero. El Viejo me previno: “Viste la puerta, falta atravesarla. Esas emociones densas estaban al comando y tu retomaste el poder que les habías concedido. Ahora tendrás que transmutarlas, mediante un incesante trabajo de refinamiento en el pensar y sentir, para que ellas, siempre al acecho, no vuelvan. Por tanto, necesitas ejercitar la magia de la renovación, todos los días, para siempre”. Balanceé la cabeza concordando y le dije que me sentía bien al no necesitar cargar más en la espalda la pesada mochila del sufrimiento. Ahora yo percibía la razón de su completa inutilidad. Dije que le entregaría a la Inteligencia Cósmica la aplicación de la debida justicia. Él me explicó: “Despréndete de cualquier sentimiento de venganza o no te habrás liberado de verdad. No habrá cualquier situación mínima de revancha. Justicia no es punición, es tan sólo la lección para que todos puedan aprender, transformarse, compartir y seguir. Este es el proceso evolutivo. Si algunos necesitan de lecciones más severas para aprender es apenas porque el Universo no desistirá de ninguno de nosotros, cualquiera que sea el nivel evolutivo. Esto es puro amor”.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

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