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La mayor de las mentiras

Lorenzo, el zapatero que remendaba el cuero como oficio y las ideas como arte, caminaba a mi lado por las estrechas calles empedradas del elegante poblado ubicado en la falda de la montaña que abriga al monasterio. Buscábamos un restaurante para almozar. Escogimos uno tranquilo para poder prosear a gusto. Tan pronto entramos Lorenzo se encontró con una vieja amiga, una artista plástica que se hizo muy famosa debido a sus cuadros. Viajaba por todo el mundo gracias a invitaciones a exposiciones, pero cada vez que le era posible regresaba a la pequeña ciudad a fin de reencontrar sus raíces, como manera de mantener la esencia que la movía. ‘El conocimiento sobre mi aldea es el que me concede el poder ante el mundo’, repitió la famosa frase cuando el zapatero le preguntó qué hacía allí en vez de estar en Nueva York, Londres o París. Inmediatamente ella nos invitó a acompañarla en su mesa. Yo la conocía por fotos de revistas, mas me impresionó su elegancia y, principalmente, su magnetismo aunque no parecía esforzarse por una cosa ni por otra. Debía tener la edad de Lorenzo. Llevaba el cabello blanco y corto como el del zapatero. Había decidido no volver a usar tintura; el maquillaje era mínimo. Alegó que daba mucho trabajo y además ya tenía suficiente tinta en su vida. Reímos. Me quedé pensando si la elegancia no residía en su sofisticada simplicidad. Al preguntarle sobre las novedades, dijo que debía ir a Madrid dentro de algunos días pues uno de sus cuadros había sido escogido para componer una muestra en el Museo del Prado sobre ‘sentimientos ocultos’. Sacó de la cartera una foto del cuadro para mostrárnoslo. Era una pintura bellísima, de enormes dimensiones, de aquellos que ocupan una enorme pared, en el cual retrataba a una mujer joven y solitaria en el salón de una fiesta. Ella dijo que bautizó el trabajo como “La Mayor de las Mentiras”. Quise saber la razón del título. La artista me respondió que después que terminó al obra percibió la tristeza en la sonrisa de la mujer retratada. Confesó que se sintió incómoda con la pintura sin embargo resaltó que no sabía, ni intentaba entender, la razón de aquella interpretación pues pintaba con el inconsciente.

El almuerzo fue muy agradable, la conversación versó entre arte y viajes. Ya en el postre ella comenzó a hablar del ex marido: lo que andaba haciendo, sobre su trabajo, a donde había ido de vacaciones, con quien estaba saliendo. Finalmente, se lamentó por la pésima relación con la hija que ambos tenían en común, de cómo él era distante y, lo peor, de cómo discutían cada vez que se veían. Adicionó que siempre había sido así. Parecía que todo lo que habíamos hablado antes fuera tan sólo el preludio sobre la vida de aquel hombre. La artista me pareció extrañamente animada al hablar del antiguo cónyuge. Claramente él era su asunto principal aunque se hubieran separado hacía casi treinta años. Le pregunté si todavía lo amaba. Inmediatamente respondió que no. Dije, inadvertidamente, que estaba sorprendido al percibir como ella estaba al tanto de la vida del ex marido. En ese momento el tono de la conversación cambió y su voz se tornó un tanto afligida. Alegó que hablaba de él porque se preocupaba por la hija. Al final, él era su padre y constituía la otra parte de la familia de ella. Lorenzo, que casi no se había manifestado durante el almuerzo, reposó la copa de vino sobre la mesa y subrayó: “El padre hace parte de la familia de tu hija, no de la tuya”. La amiga abrió los ojos asustada y sostuvo que todo lo relacionado con su hija tenía que ver con ella. Había sido ella quien la había educado, llevado al médico, a la escuela, secado sus lágrimas, permanecido despierta durante las noches febriles, en fin, la amaba y cuidaba desde la cuna y le deseaba lo mejor; por lo tanto, consideraba normal su interés en la vida del ex marido y se esforzaba para que tuvieran, padre e hija, una buena relación. El zapatero ponderó con calma: “Claro que siempre debes facilitar esa convivencia, sin embargo, debes entender que todo ese interés en la vida de él, de hecho, esconde algo. Tu hija ya tiene casi treinta años, es una mujer madura y está en condiciones de construir por sí misma una relación paterna entre encuentros y desencuentros”. Señaló con el mentón la foto del cuadro que aún estaba sobre la mesa y concluyó: “La mayor de las mentiras es la que nos contamos a nosotros mismos. ¿Te das cuenta que ese es el recado que tu inconsciente manda a tu consciente?”.

La artista dijo que no entendía a dónde Lorenzo quería llegar. Él explicó: “Así como la mujer retratada en el cuadro, te sientes abandonada en un gran baile: El baile de la vida. Percibo en tu rostro la exuberancia de una persona maravillosa que alcanzó el merecido éxito profesional. Tienes el reconocimiento del mundo por tu talento y trabajo. Parece que no te falta nada. No obstante, no veo en tus ojos la paz necesaria, veo una alegría superficial en tu expresión. Te falta todo”.

Ella dijo que era un error muy común confundir al autor con su obra, sin embargo las cosas no eran tan sencillas. El divorcio ocurrió cuando la hija aún era muy pequeña y, desde entonces, se esforzaba al máximo para que padre e hija fueran amigos. A pesar de ello, cada vez que se encontraban acababan peleando y la hija se ponía muy triste. Le pregunté por qué peleaban tanto. La mujer respondió que la hija vivía muy resentida por el hecho del padre haber estado distante desde que salió de casa. Extrañaba la figura masculina en su vida y le cobraba esto cada vez que lo veía. El zapatero pasó la mano por su blanca cabellera, como lo hacía cuando sabía que entraría en un terreno minado, y le preguntó: “¿Quién en realidad siente la ausencia, tú o ella? Tu hija creció con el padre lejos de casa, era normal que estuviera adaptada a la situación. Recuerdo que en aquella época sufriste mucho con la separación, no te conformabas. No recuerdo que hayas salido con alguien después”. La amiga dijo que sus relaciones siempre habían sido esporádicas y superficiales, pues era muy difícil recomenzar la vida afectiva con una hija a cuestas.

Lorenzo meneó la cabeza y dijo: “Eso no es totalmente cierto. Existen innumerables ejemplos de mujeres que superaron bien esa fase y consiguieron construir relaciones amorosas aún más maduras y saludables que la anterior”, hizo una pausa y comentó: “Muchas veces lo que callamos dice más que aquello que hablamos”. La amiga dijo que volvía a no entender. El artesano fue didáctico: “Aunque hayan pasado casi tres décadas, no te conformas con la separación”. Molesta, ella repitió que no lo amaba más. Lorenzo concordó: “También creo que no. Lo que estamos hablando no tiene nada que ver con amor. Es un caso clásico de orgullo y vanidad. Tú no has admitido hasta hoy el hecho de que él no te desea más, de no amarte más, de haberse ido, de haber destruido aquello que se creyó un sueño. Inconforme con lo que interpretas erróneamente como pérdida o fracaso, necesitas que él vuelva para recomponer el ego destrozado. Cuando percibiste que no conseguirías por ti misma que él reconsiderase su decisión, inconscientemente le transmitiste a tu hija tal responsabilidad, creando en ella la ausencia de un padre que siempre estuvo presente en la medida de sus posibilidades y no según los deseos de la esposa abandonada. La hija, sin percibirlo, pasó a ser la mensajera de las frustraciones de la madre. Por esto ellos pelean tanto”.

Una lágrima rebelde escapó por el bello rostro de la artista. El zapatero dijo de forma cariñosa: “Para recuperar la alegría que olvidaste en una esquina cualquiera de la vida es preciso curar la herida todavía abierta. La verdad es el remedio. La mentira que nos contamos a nosotros mismos es una de las sombras más crueles que nos manipulan e impiden la plenitud. Aceptar que relaciones son eternas sólo mientras exista afinidad entre consciencias y corazones es lidiar con la vida de manera sabia. Cada vez que intentamos controlar a alguien acabamos condenándonos a vivir en la celda de la voluntad absurda del dominio sobre el otro”. Bebió un sorbo de vino y prosiguió: “Mientras la pareja aprecie la misma música danzarán juntos en el mismo baile. En la desarmonía es hora de despedirse, desear buena suerte y partir para recomenzar. No hay vergüenza en eso. Por el contrario, es un acto de amor por sí, por el otro y por la vida. Es el final de un ciclo e, inevitablemente, será el inicio de otro. Esta es una de las leyes que componen el código no escrito que rige todo en el universo. Insistir en algo que no se sostiene más es un caso típico de estancamiento. Es insistir en alimentar el ego en las sombras de la mentira y del deseo insensato por controlar la voluntad ajena. Es negar el amor usando equivocadamente el amor como disculpa; es rehusarse a evolucionar por apego a un pasado que no existe más. Esto trae agonía y tristeza; ahuyenta la paz y la felicidad. Al sobrestimar las necesidades de tu hija o, peor, al crear situaciones innecesarias para ella, tejiste la mentira de cómo la presencia de tu ex marido es importante en la intensidad de tu deseo, no de las necesidades de ella. Claro que la convivencia entre padre e hija es fundamental, pero al ritmo de ellos, no al tuyo. Solamente al aceptar que una historia terminó nos permitimos recomenzar otra”. Hizo una pausa y concluyó: “El amor en su esencia nos enseña que no necesitamos emocionalmente de nadie, pues todo de lo que carecemos está adormecido dentro de cada uno de nosotros a la espera de ser despertado para que, solamente entonces, lo compartamos con otro y con el mundo”.

Permanecimos un tiempo que no sé precisar sin decir palabra. La artista vació su copa de vino, dijo que tenía un compromiso, agradeció por el almuerzo y salió. Resolvimos pedir café y le pregunté a Lorenzo si habrían cambios en su amiga después de aquella conversación. El zapatero se encogió de hombros y dijo con naturalidad: “Ninguno, al menos por ahora. Algunas mentiras, al ser tan antiguas, crean raíces profundas en el ego y son difíciles de revelarse. Iluminar viejas sombras es siempre más difícil, pues acaban haciéndonos creer que son indispensables. La mayor de las mentiras es aquella que te cuentas a tí mismo. El ego, en la ilusión de protegerse, construye una falsa justificación para atribuirle a los otros la responsabilidad ante la frustración que tanto le incomoda. El alma entristece. La frustración puede ser un freno o un trampolín para la evolución. Depende apenas de los ojos con que se vea, de las elecciones que se hagan. Nadie necesita el permiso de nadie para ser feliz. Nadie necesita de nada que esté fuera de sí mismo para ser pleno. Mientras creas que dependes de alguien para seguir adelante, estarás aprisionado en una terrible mazmorra sin rejas en la cual el ego, disfrazado de guerrero, es en verdad el cruel carcelero del alma, el guardián del portal que te impide iniciar el Camino. La verdad es la llave hacia la libertad”.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

6 comments

RUT abril 21, 2017 at 12:35 am

Gracias por el texto tan repleto de sabiduria

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GINGER ROBLES mayo 2, 2017 at 12:57 pm

ME ENCANTÓ.

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Felipe mayo 4, 2017 at 2:49 pm

Interesante apesar que mi intelecto i retentivaa en la lectura no es tan buena. Me crea muchos puntos de vista nuevos i de considerar

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Dago Medina Ramirez junio 17, 2017 at 11:18 am

Muchas gracias por tan hermosa sabiduría, es la satisfacción tal vez mas grande que he tenido.

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Eduardo Fernandez junio 21, 2017 at 9:49 pm

Es una bendición poder leer y subjetivamente comprender tan gratas certezas de una de las muchas aventuras de la vida en la búsqueda misma de su significado y naturaleza. Gracias Yokhaz.

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Felipe maldonado agosto 16, 2017 at 10:58 am

Gracias yoskhaz

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