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El tamaño de un sueño

Era una mañana de primavera, el sol equilibraba la brisa helada de la montaña y ofrecía una agradable sensación térmica. Yo estaba en la entrada del monasterio apretando los tornillos de las bisagras del enorme portón principal, cuando desvié la atención hacia un carro lujoso que estacionó en el patio externo, del cual bajó un enano. Pronto lo reconocí, era un famoso comediante de programas de TV. Sin duda era un actor talentoso que nunca usó su altura como subterfugio para broma alguna. Su humor era fino e inteligente. En los últimos años conducía un “talk show” de gran audiencia. Se dirigió a mí de manera educada y pidió hablar con el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden. Mientras nos encaminábamos hacia el refectorio donde el Viejo solía conversar con las visitas, casi siempre alrededor de una mesa con galletas, bizcochos, quesos y café, haciéndoles sentir a gusto como si estuviesen en casa, el hombre mencionó que ya había estado allí una vez hacía casi dos décadas, cuando aún era un aspirante a los palcos, y que aquel día había sido fundamental en su vida.

El Viejo le ofreció una agradable sonrisa cuando lo vio. El actor le preguntó al monje si todavía se acordaba de él, el Viejo asintió con la cabeza. Yo les llevé unas tazas humeantes de café y fui invitado a sentarme con ellos. En seguida, el visitante dijo que había regresado al monasterio para agradecer. Confesó que cuando estuvo allí, en aquella tarde que parecía distante, estaba a punto de abandonar la carrera debido a las enormes dificultades con que se deparaba. Sin embargo, la conversación con el monje lo llenó de coraje para proseguir y enfrentar todas las adversidades. El Viejo volvió a sonreír y dijo: “El coraje no fue mío sino tuyo. Nadie puede darte lo que ya es tuyo. Él estaba adormecido, yo tan sólo lo desperté para la lucha. La batalla la libraste solo. Dominaste el miedo, transformaste las incertidumbres, enfrentaste los preconceptos con relación a tu estatura física, que eran muchos y bastante agresivos, con paciencia, trabajo y arte. Le demostraste al mundo que lo importante no es el tamaño de una persona sino la dimensión de su sueño”.

El hombre, con los ojos humedecidos, recordó lo que el monje le había dicho ‘el cuerpo no es el espejo del espíritu. El diseño de un cuerpo no siempre representa todos los colores posibles del alma’. El Viejo levantó las cejas y adicionó: “Todas las limitaciones ante los sueños de la humanidad fueron creadas por aquellos que desean dominar a los demás. Ningún impedimento de orden físico, social, económico, étnico o de género tiene legitimidad para abortar un sueño. Permitir que la opinión de alguien tenga fuerza de imponer límites a tu capacidad es concederle a los otros un poder indebido de subyugar tus ideales, tu verdad, de cortar tus alas. Sólo los tontos lo permiten”. Hizo una pequeña pausa antes de concluir: “Renunciar a un don es una invitación a la amargura”.

Quise saber lo que era un don. El monje explicó: “Es un talento innato, una habilidad que todas las personas sin excepción traen de cuna, que puede manifestarse como oficio o arte. Son innúmeras las posibilidades. Es lo que mueve y hace que el mundo avance: Curar, construir, proteger, cantar, organizar, cuidar, proveer, escribir son algunos de esos dones. Entender, aceptar y ejercer el don hace con que el individuo ofrezca lo mejor de su capacidad, amplíe sus posibilidades pues lo armoniza consigo mismo, haciéndolo una persona más equilibrada y feliz”. Pregunté en qué se relacionaba el don con el sueño de una persona. “En todo”, respondió el Viejo. Como debió surgir una enorme interrogación en mi rostro el monje prosiguió: “El sueño al que me refiero no tiene que ver con deseos insensatos del ego en busca de fama y fortuna, aunque estos pueden venir como consecuencia natural de quien vive el verdadero sueño. El sueño al que me refiero se llama dharma o propósito de vida. Asumimos el compromiso de intentar realizar algo antes de cada existencia como ejercicio evolutivo. Para tal, somos dotados con el don adecuado, en general ligado a habilidades que ya desarrollamos en existencias anteriores en proceso perfecto, paso a paso, para  conducirnos a la iluminación. Cada experiencia agrega valores y, principalmente, virtudes que perfeccionan el ser. Así, las condiciones de vida como lugar, familia y situación financiera de nacimiento son las perfectas herramientas para aquella alma en aquel trecho del camino. El don es concedido como un instrumento de lucha y transformación. Es la espada del guerrero en evolución”.

Lamenté que para algunos la vida parecía más difícil que para otros. “No te confundas ni te dejes impresionar por las apariencias. La vida es un viaje sin fin con infinitas estaciones para aterrizaje y despegue. Sólo con la visión de su totalidad podremos comprender toda la justicia, sabiduría y amor que había en la carga de problemas impuestos en determinados trechos de la jornada. Las facilidades son ofrecidas para impulsar; las dificultades para enseñar y fortalecer. Todas son oportunidades valiosas que merecen ser aprovechadas”.

“Muchas veces lo que imaginamos como facilidades, en verdad, son herramientas para la construcción de grandes obras, ligadas al propio avance y de toda la humanidad y terminan desperdiciadas por aquella alma que comúnmente se ahoga en la angustia, al sentir un vacío que no puede entender, refugiándose en el alcohol y en placeres superficiales en el intento de huir de sí mismo”. Bebió un sorbo de café antes de concluir: “Cada cual con su karma y dharma. Aquel es aprendizaje, el otro una misión. Así el universo nos esculpe hasta que todas las virtudes estén latentes y resplandezcan en pura luz”.

El visitante dijo, dada la experiencia vivida, que siempre que le era posible animaba a las personas a no desistir de los sueños. Él era prueba de que el universo siempre conspira a favor cuando estamos en busca del verdadero sueño. Sin embargo, ¿cómo saber si lo que buscamos es de hecho nuestro sueño? Esta era su gran duda. Relató que una amiga muy cercana poseía una voz maravillosa y no podía seguir su carrera como cantante, todo parecía salirle mal. El Viejo meneó la cabeza para demostrar que entendía y dijo: “Ese es el dilema del sueño. ¿Son apenas las dificultades inherentes a la vida, presentes para enseñar y fortalecer al espíritu para que el momento siguiente no quede desperdiciado o estaré recorriendo un camino que no es mío? ¿Cómo saber si la voz que escucho es la de mi ego o la de mi alma?”.

“No es fácil, pues las voces se mezclan y hay una tendencia a que la voz del ego hable más alto. De allí la necesidad de enseñarle al ego el idioma del alma y que encuentren el mismo tono. Esto es la armonía del ser”. Miró al actor y dijo: “Tener una bella voz no habilita a nadie a creer que su verdadero sueño es ser cantante o que ganará su sustento con la música. No siempre oficio y arte se mezclan. Si el don no puede ser un oficio, que sea un arte, usado libremente para alegrar la propia vida, la de los amigos y de quien se cruce en el camino, como semillas esparcidas en los jardines de la humanidad. La adaptabilidad es una virtud indispensable para el andariego pues es una poderosa herramienta de transformación. Veamos el ejemplo de Valentina”, citó a una de las monjas de la Orden. “Es la mejor poetisa de la actualidad, aunque poquísimos conocen  sus libros, publicados de manera independiente y costeados por ella misma. Sus versos se comparan, en mi opinión, con los de Fernando Pessoa, el alquimista de Lisboa. Son palabras que sensibilizan y transforman el ser. A pesar de su innegable talento -no cesa de producir poesía- trabaja como ingeniera aeronáutica, proyectando satélites de comunicación, ayudando a disminuir las distancias del mundo. Un bonito oficio, un bello arte y una sabia lección de adaptación de un sueño”. Bebió un sorbo más de café y acrecentó: “Tenemos también a Giuliano, otro monje que trabaja como pizzero ofreciendo sabores maravillosos, en recetas inusitadas siempre preparadas con cariño; en los días de descanso lleva a su grupo de teatro a los suburbios de la ciudad para compartir conocimiento, alegría y encanto”. Volvió a hacer una pequeña pausa, pues sabía que aún no había respondido la cuestión y prosiguió: “La vida siempre manda recado. Ella habla con nosotros a través de señales. Este diálogo es intenso. Presta atención y afina la sensibilidad. Ella indica los próximos pasos. A veces pone una piedra en el medio del camino con la intención de estimular el coraje, otras cierra el paso pero muestra una vereda alternativa que más adelante se revelará sorprendente. Siempre y siempre. En los momentos de duda es indispensable la soledad. Es preciso encontrarse consigo mismo, estar a solas con la propia esencia para leer los recados y lo más importante, mediar una conversación entre ego y alma. Preguntar, como en el caso de la amiga cantante, si lo que busca en aquel camino son los aplausos o la transformación. ¿Ser reverenciada por el público o sensibilizar el corazón de la gente? La sinceridad en la respuesta será la estrella guía que orientará el perfecto sentido de la ruta a seguir”.

Permanecimos un tiempo concatenando las ideas del monje hasta que quebré el silencio. Quise saber si estando seguros de buscar el verdadero sueño las dificultades se mantienen intensas, hasta dónde hay que insistir. El Viejo levantó las cejas y explicó: “Existen muchos meandros en la jornada. Las dificultades pueden señalizar tan sólo que la manera de andar está errada, no el sueño. Sin embargo, también pueden indicar que de allí en adelante habrán apenas precipicios; entonces es preciso rehacer los planes. Todo sueño es único, personal e intransferible. Entender el sueño es parte del arte del andariego; es decodificar el Camino”.

Recordé que él no había respondido a mi pregunta de hasta dónde insistir o abandonar un sueño. El monje sonrió levemente y dijo: “Albert Einstein demoró más de diez años y tuvo que esperar un eclipse solar, para poder probar a la comunidad científica la existencia de la Teoría de la Relatividad. Laureado con el Premio Nobel de Física por otro trabajo, su mayor legado no fue el científico. Entendió en la segunda mitad de su vida que la física era apenas un instrumento para comprender mejor la espiritualidad. Supo que su sueño estaba ligado a la construcción de la paz en el planeta. El justo prestigio que obtuvo en las academias de ciencia amplificó su voz y facilitó que sus mensajes fuesen oídos. En sus últimos años vivió como ardiente pacifista. Vincent Van Gogh dedicó toda su vida, a pesar de las enormes dificultades materiales, a pintar cuadros en los cuales lo importante no era retratar la realidad sino mostrar como ella lo emocionaba. Mantuvo la convicción inamovible como un impávido farol que, aún ante las tempestades, no dejó de iluminar a aquellos dispuestos a navegar”.

El Viejo cerró los ojos y finalizó de manera sentida: “No importa quien eres ni lo que haces. No importa cuál es tu sueño ni su dimensión. Nunca desistas de él, nunca cortes  tus alas. Lucha por tu sueño mientras creas en tí mismo o nada tendrá sentido”.

 

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

2 comments

Felipe maldonado agosto 8, 2017 at 11:45 am

Gracias yoskhaz

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Leandro marzo 1, 2019 at 2:51 pm

🙏

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