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Así nacen las alas

Llovía mucho así que me apresuré. Tan pronto doblé la esquina de la calle estrecha y sinuosa donde se localiza la oficina de Lorenzo, el zapatero amante de los libros y de los vinos, vi su clásica bicicleta recostada en el poste, lo que fue motivo de alegría. Al entrar en la zapatería sentí una profusión de perfumes: el olor a cuero y café fresco se mezclaban con el de las flores. Fue una grata sorpresa ver a Valentina sentada en el mostrador; ella acababa de llegar. Aunque también era monja de la Orden, no siempre nos encontrábamos, ya que el compromiso asumido por todos los integrantes de la hermandad era pasar un mes al año en el monasterio para estudiar, debatir y reflexionar. Nuestras fechas no habían coincidido últimamente. Valentina tenía la poesía como arte, la ingeniería como oficio. Yo la consideraba una poetisa singular, digna exponente de su generación. Fui recibido con alegría por ambos. De inmediato estaba sentado ante una taza humeante de café. Le pregunté por el próximo libro y ella contó que estaba terminando una recopilación de poemas sobre el amor. Dijo que pensaba dividir la obra en dos partes: en una abordaría las tristezas que éste provoca, mientras que en la otra mostraría su poder encantador. Comenté que el dolor era la parte putrefacta del amor. Ella estuvo de acuerdo hasta cuando fuimos interrumpidos por Lorenzo: “Ustedes entienden muy poco sobre el amor”, dijo.

La poetisa sostuvo que toda relación afectiva provoca decepciones y frustraciones, no sólo con relación a las posibilidades existentes y mal aprovechadas, sino también del amor ofrecido y ni siempre correspondido. Adicionó que ese era el rostro dramático del amor. Lorenzo meneó la cabeza y expresó: “Para comenzar, es fundamental establecer la diferencia entre pasión y amor. Existe confusión con esos sentimientos, aunque sean muy diferentes tanto en el trato consigo mismo como con los otros”. Valentina le pidió que se explicara mejor y el zapatero mostró la gentileza que le era característica: “La pasión es el resorte propulsor del ego; el amor mueve el alma. La plenitud se revela en el instante en que el ego también pasa a deleitarse con el amor en detrimento de la pasión, como paso definitivo de unificación y evolución del ser”.

“Todos buscan la felicidad; dónde y cómo encontrarla es lo que nos diferencia y define como personas. Por más absurdo que parezca, aquellos todavía en estados primitivos de evolución, que matan o roban, sólo para quedarnos en los ejemplos más básicos, creen que pueden ser felices practicando el mal, que los productos de sus crímenes les traerá la anhelada felicidad. Separando las indispensables diferencias, algo parecido ocurre entre pasión y amor. Nos apasionamos por otra persona y nos ilusionamos con el amor que sentimos”. Lo interrumpí para comentar que la explicación me estaba confundiendo.

El dulce artesano sonrió y fue didáctico: “La pasión es instrumento de felicidad del ego, preocupado con las propias alegrías y placeres. El ego le declara al ser que tiene derecho a ser feliz. Sin duda lo tiene, pero al no saber cómo construir o encontrar ese estado de plenitud en sí mismo, va a buscarlo en la vida del otro, en el atajo cómodo de la transferencia de responsabilidades. ‘Seré feliz al tener esa persona a mi lado’, estableciendo la sentencia. En ese exacto momento renuncia al poder sobre la propia vida y es entregado a otro, pues las alegrías y tristezas varían de acuerdo con las elecciones ajenas. La dependencia se torna absoluta y el sufrimiento inevitable. La pasión nos hace creer que la felicidad es un banquete obligatorio ofrecido por el otro, como disculpa ante el propio rechazo de entrar a la cocina, elaborar la receta personal con los ingredientes inherentes a cada uno y disponibles para todos. No olvidemos que nadie puede soportar el peso de hacer feliz a alguien, todos los días. Así como fuegos artificiales la pasión surge, hace ruido, tiene brillo y después del show se va”.

Le preguntamos sobre el amor. El zapatero explicó de forma dulce: “Las virtudes son las herramientas que hacen que el alma sea plena. Sin plenitud no hay felicidad. El amor es la más importante de las virtudes por el hecho de estar presente en todas las demás; por lo tanto, es imposible ser feliz sin amar”.

“No obstante, es preciso entender el amor bajo el riesgo de no poder vivirlo. Si estás sufriendo, ten la certeza de que no es por amor sino por falta de él”. Casi que en coro, Valentina y yo discordamos con el artesano. Argumentamos que todas las personas ya habían sufrido por amor al sentirse frustradas en sus relaciones justamente por amar demasiado. Él meneó la cabeza y dijo: “Esta es la cuestión. Deseamos ser correspondidos en la medida de aquello que creemos ofrecer o merecer. Esto es pasión, no amor. Es el ego exigiendo actitudes donde no debe, entrometiéndose en la consciencia de los otros; son sus sombras transfiriéndole al mundo la responsabilidad por la propia alegría y bienestar”. Bebió un sorbo de café antes de proseguir: “El amor es lo inverso de la ecuación, es la superación del sufrimiento. El amor, por ser amor, trae en sí virtudes esenciales: la sabiduría de entender que cada cual es responsable por la propia felicidad; la compasión para no delegar la carga de afecto que deseamos, pues no se puede exigir lo que el otro no posee; la humildad se hace indispensable para comprender que no es justo esperar la perfección ajena, ya que no la tenemos para ofrecer; la sensatez de aceptar que no podemos imponer nuestros deseos a la voluntad de los otros y tampoco somos prioridad en la vida de nadie”.

“Así, el amor traspasa las dificultades tan comunes en las relaciones y los hechos mundanos que vulgarmente llamamos ‘problemas’ son trascendidos. El amor lleva a otro nivel de percepción y hace que el individuo no sea alcanzado por el torbellino de emociones desencontradas que lo mantienen suspendido en el aire. Sólo el amor hace posible que florezca desde la esencia toda transformación. El Universo en respuesta le entrega todo y mucho más al individuo que se completa en sí mismo, alejando las brumas de la ilusión que tanto engañan, conquistando la plenitud y consecuente estado de paz y felicidad. Este es el poder. El amor se hace sagrado al despertar lo divino que duerme en cada uno de nosotros. El amor es el único puente entre el desierto y las Tierras Altas. Vivir el amor es hacer la travesía”.

Valentina tenía una mirada distante como si estuviera encantada con un paisaje inusitado. Yo estaba inconforme con aquellas ideas y afirmé que los amantes también sufren. El zapatero discordó: “Sólo existe resentimiento entre los apasionados, nunca en una relación de amor verdadero. El amor es la perfecta cura del dolor. El amor trae en sí la comprensión, la paciencia, la tolerancia y, si es necesario, el indispensable perdón”. Refuté diciendo que tal sentimiento era un sueño casi imposible de alcanzar. Lorenzo levantó las cejas y explicó: “Será difícil mientras estemos presos a la obsoleta manera de pensar, condicionados a recibir en vez de ofrecer, sin entender que todo el amor que se posee es tan sólo aquel que se es capaz de dar.” Hizo una pequeña pausa para beber un poco de café y dijo: “Aquello que no somos capaces de dar, aún no estamos preparados para vivirlo”.

Argumenté que muchas veces doné mucho de mí y no recibí nada a cambio. El zapatero me miró como si fuera un niño y preguntó: “¿Y cuál es el problema, no era amor? Donde existe donación no se puede exigir nada a cambio. Cuando es amor nunca habrá recibos, cuentas o impuestos. Debemos alegrarnos por la belleza y encanto que provocamos, nada más. No obstante, si esperabas algo en retribución no había pureza en tus intenciones, pues estabas más interesado en ti que en el otro, solamente ofrecías para recibir, por lo tanto, no era amor. El amor cuando es puro, y sólo así será verdadero, no sufre, no se deteriora y es capaz de florecer bajo las más terribles tempestades; por ello no germina en suelo adobado por intereses extraños a las virtudes esenciales”.

Recordé cómo es agradable sentirse amado. Lorenzo estuvo de acuerdo: “Sin duda, es maravilloso. El amor que recibimos calienta y reconforta, pero no olvides que solamente el amor ofrecido transforma y eleva”.

“En la pasión la felicidad se traduce en el afecto que se recibe. En el amor encontramos la plenitud al ofrecer lo mejor que nos habita; la felicidad es mera consecuencia”. Levantó las cejas, gesto que hacía siempre que aumentaba el tono de seriedad en sus palabras y dijo: “Lo más grave y la causa de los mayores sufrimientos es justamente condicionar la felicidad a recibir cariño y atención. Esta mentalidad se vuelve un vicio cruel; y lo peor, para mantenerlo necesitamos controlar las elecciones ajenas. Entonces creamos reglas de comportamiento absurdas y coercitivas, revelando el condicionamiento ancestral y atávico de dominación existente en el inconsciente colectivo, fruto del miedo ante el abandono, de la agonía típica al sentirse incompleto y de la ansiedad al no entender cuál es el pedazo que falta; de la ignorancia al no percibir que para ser entero basta despertar las virtudes latentes en lo más íntimo del ser, posibilidad que está al alcance de cualquier persona. Nos ilusionamos al pensar que encontraremos en el otro aquello que no podemos encontrar en nosotros mismos. Aprendemos mucho con los otros, nos sentimos bien al lado de ciertas personas por la afinidad energética dada la misma sintonía de ideas y sentimientos; amamos mucha o poca gente, sin embargo, creer que alguien irá a completarnos es una enorme sombra y raíz de mucho dolor. Por otro lado, cuando entendemos que el amor se vuelve perfecto por el simple acto de donar lo mejor de sí sin pedir absolutamente nada a cambio, al ejercitar sin contrapartida las virtudes ya consolidadas, nos liberamos de la terrible prisión sin rejas llamada dependencia emocional. Así nacen las alas”.

“El Universo en su inconmensurable sabiduría nos ofrece la experiencia de los hijos y de la familia, entre otros motivos, como oportunidad de vivenciar el amor incondicional en su forma más básica. Padres que aman a sus retoños se sienten repletos de felicidad al ver la sonrisa en el rostro de sus hijos. No miden esfuerzos o sacrificio, apenas se alegran con la alegría de la prole, ¿no es así? Sólo nos queda aprender a expandir ese amor al mundo y a toda la gente”.

Permanecimos un tiempo en silencio. El zapatero fue a preparar un poco más de café, cuando reparé que Valentina garabateaba en un bloque de papel sobre el mostrador. Le pregunté qué escribía y ella hizo un gesto con la mano para que yo esperara un poco. Cuando el artesano regresó con café fresco y llenó nuestras tazas, ella leyó la propia creación:

“En la infancia de la existencia me alegro
con mi pelota,
mi muñeca,
mi bicicleta,
y cuando mis amigos no están
en el estante,
a mi disposición,
peleo, peleo y peleo.
Sufro, siento dolor”.

“En la madurez de la vida me completo
con las flores que planté,
con el pote de agua que dejé,
con las sonrisas que provoqué,
con los abrazos que intercambié.
Y sigo.
¿Qué me llevo?
Tan y solamente
el amor que sembré”.

 

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

 

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