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Una delicada virtud

Los fuertes vientos de final de otoño anunciaban la llegada del invierno y asolaban la pequeña y elegante ciudad localizada en la falda de la montaña que acoge al monasterio. Yo caminaba por sus calles sinuosas intentando protegerme del frío, cuando vi la clásica bicicleta de Lorenzo, el zapatero amante de los libros y de los vinos, recostada en el poste en frente del taller. Fui recibido con alegría y una taza de café. Sentados cerca del antiguo mostrador de madera, íbamos a comenzar una conversación banal cuando un sobrino del artesano entré al taller en busca de abrigo y prosa. El joven había realizado una audiencia para su agitado proceso de divorcio en el sencillo foro de la ciudad y el tren que lo llevaría de vuelta a la ciudad, donde ahora vivía, sólo partiría al anochecer. Él estaba bastante molesto y pronto comenzó a desahogarse con el tío sobre el enorme disgusto que el divorcio le causaba, todo por causa de la separación de bienes. Explicó que la ex esposa se negaba a reconocerle sus derechos y a entregarle lo que era suyo por justicia. Dijo que la ley era clara y definía lo que le pertenecía a cada uno. El artesano lo interrumpió con un sutil comentario: “La ley puede ser clara, la justicia no tanto”.

El joven se espantó. Argumentó que las leyes existen para traer la paz y distribuir la justicia. Lorenzo se pasó la mano por el cabello blanco, gesto que hacía cuando sabía que la conversación no sería fácil y dijo: “Las leyes surgen por la necesidad de una convivencia armoniosa en sociedad, en la cual es preciso establecer reglas para definir intereses, dirimir conflictos, ecualizar fuerzas y mantener el orden social. La paz es una cuestión interna, de cuño espiritual, que poco o nada tiene que ver con las leyes. Ley y justicia, con frecuencia, están distantes entre sí. La historia está repleta de ejemplos”.

“El Derecho, como todo en la vida, se modifica según la evolución personal y se extiende a la civilización. Las leyes reflejan el nivel de consciencia de un pueblo; el nivel actual de entendimiento de un grupo sobre la realidad que lo envuelve, sus búsquedas y deseos. La justicia, por tratarse de una virtud, tiene carácter personal y, siendo así, está ligada al grado de evolución espiritual del individuo. Emplear o seguir las leyes es una tarea aplicable a todo ciudadano en el día a día; ser justo, un arte del ser disponible en cualquier instante y raros son los que lo pueden entender”.

El sobrino le pidió al tío que se explicara mejor. El zapatero dijo: “Como una fotografía dinámica de las personas encuadradas, las leyes aún navegan en los mares de la imperfección, en el arduo viaje del perfeccionamiento al servicio de una sociedad en busca de su equilibrio. Por ahora, las leyes se alimentan en graneros de luz y de tinieblas. De un lado, avanzan a través de los siglos en el sentido de garantizar derechos fundamentales a las personas comunes reduciendo los abusos de los poderosos y los excesos del Estado. Por otro, una de sus fuentes siempre fue el egoísmo”.

¿Egoísmo? Al joven le pareció extraño. El zapatero explicó: “Desde el inicio, las leyes han sido utilizadas para mantener intereses que no siempre son legítimos, sostener privilegios y resguardar ‘lo que es mío’. Es muy común usar inadecuadamente la ley para disfrazar el egoísmo con las máscaras del Derecho. Cada vez que escucho a alguien diciendo que ‘quiero lo que es mío por derecho’, la señal de alerta pita y me pregunto: ¿será ese derecho, regularmente garantizado por ley, una medida justa? ¿Tal ley carga consigo el vicio del privilegio o la belleza de la justicia? Son preguntas que no pueden acallarse en la consciencia de un andariego”. Tomó un sorbo de café y comentó: “Poquísimos son los que pueden delinear la diferencia entre lo rancio de las ventajas y el perfume del merecimiento cuando poseen algún interés en juego. Dónde hay privilegios no existe justicia”.

El muchacho argumentó que la solución era sencilla, pues bastaba una revisión a los códigos legales para alejar todos los privilegios. Lorenzo arqueó los labios con una leve sonrisa y dijo: “Sin duda sería una buena medida, mas no bastaría. Ser justo va mucho más allá. Nuestras relaciones son los campos de prueba donde ejercitamos el aprendizaje y perfeccionamos el ser. En la convivencia con todos debemos ofrecer las virtudes ya florecidas y cultivar aquellas que aún están en semilla. La justicia es una de las más difíciles, pues necesita de otras virtudes para completarse. Es una manjar de diversos ingredientes y de preparación sofisticada: es necesaria la humildad para reconocer las imperfecciones como cocinero; la compasión para entender la dificultad ajena con relación a nuevos sabores; la pureza para que no hayan intenciones ocultas en la receta; la sabiduría para no dejar que las experiencias desastrosas del pasado turben el paladar; la generosidad como el condimento esencial en todos los platos; el buen sentido para no servir ni más ni menos, sino la exacta porción; además del amor, es claro, sin el cual la venganza amargará la justicia”.

El joven dijo que todo le parecía muy poético y poco claro. El artesano fue didáctico: “La justicia es una virtud, aunque aparentemente simple para la mayoría pues muchos se creen justos, hecho que interfiere al impedir superar el actual nivel de entendimiento, cuando en realidad la justicia posee una complejidad propia”. Bebió un sorbo de café y dijo: “El inconsciente participa más de nuestras decisiones de lo que somos capaces de percibir. Una serie de vivencias, situaciones no siempre placenteras, quedan allí escondidas condicionándonos y manipulando las percepciones y, en consecuencia, las elecciones. Por ignorancia o comodidad, en el intento de volver a evitarlas, permitimos que el miedo asuma el comando. Recuerdos de experiencias sufridas y desastrosas tienden a desvirtuar la mejor elección de diversas maneras”.

“El miedo a la escasez material sumado a la ignorancia con relación al patrimonio espiritual que lo enriquece, lleva al individuo a abarcar de modo indebido e innecesario sus posesiones o a mantener a cualquier costo las ventajas y privilegios, hasta ahora asegurados. Cuando existe algún interés económico en juego, el ego primitivo se agarra de las leyes que por ventura sustenten su deseo, o dispara un curioso mecanismo mediante el cual monta raciocinios tortuosos como piezas de un absurdo rompe cabezas para justificar lo injustificable”.

“Comunes, también, son los casos de orden emocional. Surgen cuando el ego, llevado por las sombras e influenciado por los sufrimientos pretéritos, es aconsejado a sentenciar al otro al mismo sufrimiento por él sufrido, como si esparciendo el propio dolor disminuyera dentro de sí, en cruel ciclo vicioso. Condenar al otro se torna una irracional ecuación de absolución de sí mismo. Ligados al vicio atávico de la dominación necesitamos creer que el otro es peor y menor en la ilusión de sentirnos mayores y mejores; comportamiento que quedará sin solución mientras el individuo no traiga al consciente los temores inconfesables del inconsciente”.

“En ambas situaciones, acabamos alimentando el inconsciente colectivo ligado a la oscuridad. Estancados, renunciamos a la luz generada por la fuerza motriz del autoconocimiento, atrasando las preciosas transformaciones evolutivas. Mientras no llevemos al consciente las emociones dolorosas del inconsciente para que sean transmutadas en sabiduría y amor, estaremos alejados del perfecto sentido de justicia. Un corazón herido siempre ofusca la visión cristalina de la mente. Así, infeliz al estar incompleto, el individuo procura las fantasías del poder contenidas en el orgullo, en la vanidad y en la arrogancia como forma de esconder las fragilidades perturbadoras”.

El joven, claramente incómodo, no paraba de moverse en la silla. El artesano siguió el raciocinio: “El florecimiento de la virtud se presenta cuando somos capaces de soltar algo que nos pertenece por derecho, pero que nos es ilegítimo por justicia. Si nos rehusamos a ejercer determinado privilegio, aunque sea legal, o renunciar a alguna cosa cuando todas las leyes ofrezcan la garantía para mantenerlo bajo nuestro dominio, demuestra la capacidad de oír la dulce flauta de la justicia en detrimento del rugir ensordecedor de los tambores del egoísmo”. Volvió a beber café y complementó: “Lo contrario no siempre se aplica: exigir que alguien renuncie a algún derecho a nuestro favor puede ser una actitud simplista y tendenciosa, en la cual no reside cualquier virtud. Luchar por un derecho no siempre significa una batalla justa. Hay que estar atento”.  Miró al muchacho a los ojos y como si fuera un secreto dijo: “Es necesario conocerse para evolucionar; es preciso ir al fondo de sí mismo para ser justo o no habrá liberación”.

Incómodo con la conversación, el sobrino alegó que estaba atrasado, aunque sabíamos que faltaban un par de horas para la partida del tren. Agradeció la acogida, el café y se despidió. Cuando llegó a la puerta se volteó, miró seriamente al tío y dijo que volvería para continuar con aquella conversación. El zapatero sonrió satisfecho y dijo: “Hay mucho más para comentar sobre la justicia, esa delicada virtud”.

A solas, comenté que el asunto era amplio y repleto de sutilezas. Lorenzo meneó la cabeza y adicionó: “La paradoja en esto es que cuando ecualizamos justicia y derecho en la misma sintonía, llegaremos a un punto de mutación en el cual las leyes comunes dejarán de existir por ser innecesarias”. Quise saber lo que era un punto de mutación. La respuesta del artesano fue concisa: “Todo lo que existe en el universo se traduce en energías que se expanden hasta la frontera del propio límite, cuando se transmutan en sí mismas por otras”. Aún sin tener seguridad de haber entendido, le pregunté cuán distante estábamos de tal punto de mutación con relación a la necesidad de las leyes. El zapatero explicó de manera pedagógica: “Al entrar en mi taller no verás una placa que diga ‘está prohibido escupir en el piso’, por el simple hecho de ser impensable que alguien haga esto. Sin embargo, mientras necesitemos de una ley declarando que ‘todos somos iguales ante la ley’ es porque nociones elementales de justicia aún no son comprendidas por la gran mayoría de las personas”. Arqueó los labios con una leve sonrisa y dijo: “Pero no te preocupes, de una manera u otra, estamos todos condenados a completar el viaje rumbo a la perfección. Cada cual a su paso”.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares

 

3 comments

Carmen Bernardez septiembre 15, 2017 at 12:18 am

Muy, muy bueno… Gracias pensar, ordenar, clarificar y exponer, con tan extraordinaria liviandad…

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Felipe maldonado octubre 14, 2017 at 3:52 pm

Muchas gracias yoskhaz

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Yoikel diciembre 22, 2017 at 9:46 pm

Gracias, bendiciones y mucha iluminacion a tu ser…

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