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El regateo

Era domingo de primavera. Habíamos ido con el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, a la pequeña y elegante ciudad localizada en la falda de la montaña que acoge al monasterio para asistir a una misa. A menudo el Viejo era convidado por el párroco local, su amigo personal, para hablar sobre algún asunto. Le pregunté sobre qué tema disertaría en aquella mañana; él me respondió que aún no lo sabía. Como habíamos llegado temprano aguardábamos en la plaza, en frente a la iglesia, sentados en un enorme banco de madera aprovechando el sol que nos calentaba, mientras los niños, acompañados por los padres, corrían en alegre algarabía. Dos hombres pidieron permiso de manera educada, se sentaron a nuestro lado y comenzaron a conversar entre ellos. Percibí que el Viejo, disimuladamente, prestaba atención a la conversación y lo reprendí con una mirada severa. Él se rió de manera traviesa y continuó. Al cabo de un rato yo también estaba escuchando la conversación de los dos. Uno de ellos le comentó al otro que los negocios no iban bien. Nada parecido a como andaban en el pasado. Serio, dijo que había hecho una apuesta en la lotería cuyo premio estaba acumulado en muchos millones y que si se la ganaba adoptaría a un niño. Agregó que sus hijos ya estaban encaminados en la vida y tal vez era hora de dar ese paso. No obstante, solamente lo haría con la debida tranquilidad financiera. Su amigo estuvo de acuerdo y le recordó los altos costos que acarrean criar a un niño. Dijo que también había apostado en la lotería, pero que si salía premiado no llegaría al punto de la adopción, en vez de eso haría un sustancioso aporte económico en favor de alguna institución filantrópica. En ese instante comenzaron a tocar las campanas para la misa y la gran mayoría de las personas que estaban en la plaza se dirigieron hacia la iglesia.

 

La misa transcurrió dentro de lo normal y tal vez aquel día sería como muchos otros sin mayor atención a mi memoria, a no ser por las palabras del monje cuando fue convidado por el padre a subir al púlpito. El Viejo, con su serenidad habitual, le habló al público como si conversara con amigos: “Tenemos una manera muy inadecuada de lidiar con Dios. Solemos comportarnos muy mal cuando conversamos con Él”. Ante la mirada de espanto de todos, incluyéndome, prosiguió: “La mayoría de las veces Lo tratamos como si Él fuese un mercader, un importante mercader, pero tan solo como un mercader, como si el Universo no pasara de un despreciable mostrador de negocios. ‘Si yo consigo aquel empleo prometo que paro de fumar; si recibo un ascenso en el trabajo paro de beber; si me curo de esta enfermedad que por ventura ha recaído sobre mí, prometo hacer una donación a la Iglesia, ir a misa o visitar a mi madre todos los domingos; si tengo un buen matrimonio donaré dulces a los niños en el día de San Cosme y San Damián’”. Hizo una pausa y bromeó: “¿O la donación sería para San Antonio?”. Arrancó risas al mencionar al aclamado patrono de los matrimonios. “Tal vez sea un mal hábito desde la infancia”. Dio una pausa y le preguntó al público: “¿Quién nunca le prometió algo a Dios a cambio de un diez en matemática?”. Más risas.

 

“Si gano un dinero adicional donaré una parte a la caridad. Negociamos un ‘tantote’ para renunciar a un tantito, ¿no es así?”. Las personas se pusieron serias. Él prosiguió: “Pedimos mucho para repartir poco, siempre a la espera de un supuesto mejor momento para compartir la miel de la vida.”.

 

“¿Por qué necesitamos obtener ganancia antes de compartir el contenido de nuestro equipaje? Nadie es tan pobre que no pueda ejercitar el amor en forma de caridad: un abrazo sincero es infinitamente más rico que un rollo de dinero. ¿Por qué no invertir la ecuación para volvernos personas más virtuosas en el trato común y, en consecuencia, comenzar a llevar una vida más interesante?”. Paró de hablar por instantes para que las palabras encontrasen lugar entre todos. En seguida prosiguió con el raciocinio: “Independiente de ser adepto al cristianismo, judaísmo, islamismo, budismo, hinduismo, espiritismo, chamanismo, esoterismo, de seguir cualquier otra tradición religiosa, filosófica, metafísica o hasta ser simplemente un sincero ateo, la fuerza que nos rige, orienta y educa es rigorosamente la misma. No importa cómo se imaginen al profesor, las lecciones de sabiduría y amor son perfectas para todos”.

 

“Independiente de la manera como cada cual conciba las manos que entretejen la tela de la vida, nos fueron entregadas las adecuadas condiciones para el perfeccionamiento y la evolución en esta existencia. A cada operario le es dada la exacta herramienta para la construcción de la obra, en sintonía con las capacidades que ya posee y las habilidades que necesita desarrollar. Por justicia y afinidad, cada cual se envolverá en las situaciones, suaves o rigurosas, de sombras y de luz, que precisa enfrentar según el próximo nivel de entendimiento a ser alcanzado. Como en una universidad, al alumno aplicado las pruebas le parecen más fáciles, aunque sean las mismas para toda a clase”.

 

“Algunos dirán que no es verdad lo que digo, pues la vida es visiblemente más dura con unos que con otros. Para tal argumento existen dos respuestas a mi entender, igualmente verdaderas: el año electivo comenzó hace algún tiempo; algunos avanzaron, otros se encuentran en recuperación. Para los alumnos relajados las lecciones se hacen más severas, no por castigo sino por amor, pues el buen profesor trabaja por el progreso de toda la clase sin renunciar a nadie. De la misma forma, no hay que dejarse ilusionar por las apariencias. Si algunos alumnos enfrentan lecciones aparentemente más fáciles para resolver en el salón de clases, muchas veces desconocemos las dificultades de los deberes de casa que le fueron aplicados. Al final del curso todos recibirán el diploma, cada uno a su tiempo”.

 

“El universo es un maestro justo, amoroso e incorruptible. Por lo tanto, no intenten regatear con él. Dejen de lado la idea de ofrecer una manzana para recibir dos puntos adicionales en la nota de geografía, sin merecerlos”.

 

“Claro que la vida desea que ustedes se vuelvan mejores personas, que sean más generosos con el planeta, con los otros y con ustedes mismos”. Hizo una pausa y explicó: “Sí, necesitamos aprender a ser más cariñosos con nosotros mismos. Es muy común que en la búsqueda por la felicidad nos dejemos engañar ante el brillo efímero y las falsas facilidades que tanto seducen, en vez de escoger en función de la verdad y del amor contenidos en la esencia de todos los actos. Es por esto que nos maltratamos y sufrimos. La naturaleza del ego en detrimento del alma hace que nos sintamos abandonados en medio de la multitud. Es preciso prestar atención a lo que mantiene, impulsa e ilumina o, más que nadie, cada cual continuará perjudicándose a sí mismo”.

 

“Desorientados, decidimos regatear con el profesor. Olvidamos que la vida, aunque parezca diferente, no es un mercado para negocios millonarios; en esencia, es una escuela formadora de excelentes maestros”.

 

Miró firme al público e hizo una pregunta sin esperar la respuesta: “¿El camino está difícil? Cambien la manera de andar. Aprendan, transfórmense en alguien diferente y ofrezcan lo mejor de sí al mundo. Dejen de exigir y comiencen a hacer. Perciban cómo todo a su alrededor comienza a alterarse”. Volvió a hacer una pausa antes de concluir: “Pero no se les ocurra hacer trampa: el cambio tiene que ser por amor profundo, nunca por interés llano”.

 

Cuando el Viejo bajó del púlpito, percibí que las personas estaban desanimadas y pensé que el Viejo había sido riguroso con sus palabras. Miré hacia el padre que sonreía satisfecho y, en seguida, asumió el ritual de la misa. Al final, vino hacia nosotros para agradecerle al monje por el discurso; intercambiaron un sincero abrazo y partimos. Estando afuera de la iglesia, cuando nos dirigíamos a una cafetería próxima, fuimos abordados por los dos hombres que más temprano habían compartido el banco de la plaza con nosotros. De modo agresivo le preguntaron al Viejo si el discurso había sido una indirecta, pues recordaban que el monje estaba sentado al lado de ellos. El Viejo fue gentil: “Les pido disculpas por la indelicadeza de haber oído la conversación; sin embargo, la proximidad lo hizo inevitable y por ello terminó sirviéndome de inspiración. No fue un recado para ustedes y sí un recordatorio para todos, inclusive para mí. La vida no es un gran mostrador de intereses, sino un sofisticado liceo evolutivo”.

 

Los hombres le dijeron que no era el dueño de la verdad y que tampoco desconocía las dificultades y los dolores de cada persona. Partieron molestos. Sin perder la serenidad, el monje me aseguró del brazo y continuó caminando rumbo a una taza de café fresco. Quise saber si él estaba molesto con la acusación que le había sido hecha. El Viejo arqueó los labios con una dulce sonrisa y explicó: “De forma alguna; es más, estoy de acuerdo con ellos: yo no tengo el monopolio de la verdad. No obstante, tengo el derecho de compartir mi visión sobre la vida de la forma que la considero verdadera. Nadie necesita estar de acuerdo ni acompañarme. Independiente a cómo cada cual concibe a Dios, el Universo o la Existencia, no creo en negociación para el florecimiento de las virtudes o comercio de la paz para la plenitud del alma”. Hizo una pausa y me sorprendió cuando dijo: “Tan sólo una ofrenda es aceptable”. Levantó las cejas y reveló: “Aquella que te hace mejor persona a cada día, en el perfeccionamiento del espíritu y en la liberación del ser: transfórmate en el pan que alimenta a la humanidad en su hambre de luz”. Guiñó un ojo como si contara un secreto y finalizó: “Nada más”.

 

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

 

 

3 comments

Gabriel septiembre 30, 2017 at 2:20 pm

Qué agradecido estoy por poder leer estos textos. Su sabiduría me enriquece el alma e ilumina mi camino. Bendiciones para todos!

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Felipe maldonado octubre 17, 2017 at 10:52 pm

Excelente texto yoskhaz muchas gracias

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Miguel Angel enero 18, 2019 at 11:09 am

Agradecido por tan enriquecedora lectura para el alma.

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