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Lo sagrado

Canción Estrellada, el chamán que tenía el don de difundir la sabiduría de su pueblo a través de la palabra, cantada o no, fumaba su indefectible pipa de hornillo de piedra roja mientras desde la terraza de su casa, en silencio, observábamos los colores con que el sol poniente pintaba las montañas y el cielo de Arizona. Canción Estrellada mantenía en la sala de su casa un pequeño altar. A diferencia del de mi tradición cristiana, en el cual tengo imágenes de Jesús, Fátima y Francisco de Asís, o al de la casa de Li Tzu, el maestro taoísta, en donde hay pequeñas estatuas de Buda, Shiva y Ganesha por el jardín de bonsáis, en el altar del chamán reposaba una pluma de águila, una garra de oso, sus animales de poder, el tambor de dos caras usado en sus rituales, algunas piedras que él respetaba y reverenciaba como homenaje “al ‘pueblo’ más antiguo, que trae toda la memoria y la energía de los acontecimientos vividos en el planeta desde tiempos inmemorables”, además de muchas plantas. Yo entendía bien cómo funcionaba todo el lenguaje y los rituales chamánicos con sus fuertes y bellas conexiones telúricas. No obstante, algo me causaba curiosidad. Se trataba de un zapato de payaso muy antiguo, de aquellos tradicionales, enorme, colorido y con la punta abierta intencionalmente.

Me llené de coraje y le pregunté cuál era la razón para que aquel objeto estuviera en su altar. El chamán retiró la pipa de la boca, cerró los ojos como si la memoria lo llevara a un viaje distante y dijo: “En la adolescencia trabajé como payaso durante un breve período en un circo que rodó por esta región. Fue una época de mucha alegría”. Hizo una breve pausa y prosiguió: “Es sagrado para mí”. Argumenté que no se trataba de un objeto sagrado y sí de un agradable recuerdo. Canción Estrellada volteó la cabeza en mi dirección para mirarme a los ojos y comentó: “Todo aquello que me hace un hombre mejor es sagrado. Las imágenes del maestro Jesús o del maestro Buda tan sólo serán sagradas si tienen la fuerza para hacerte recordar las lindas lecciones dejadas por ellos. Este es su poder”. Cuestioné como un zapato de payaso podría ayudarlo en su proceso evolutivo. El chamán me explicó con paciencia: “La alegría es una característica de los espíritus iluminados. Es un vigoroso puente que nos une con el mundo invisible. Todos los días, cuando paso por la sala de mi casa, el zapato tiene el poder de recordarme la importancia de la alegría en la vida”. Hizo una pausa y concluyó: “La más eficiente oración de gratitud al Gran Misterio por todas las bendiciones de la existencia es la siembra de la alegría por donde pasemos”.

Después de esa conversación permanecí fuera durante algunos días, debido a un viaje que tuve que hacer a una ciudad próxima para resolver asuntos profesionales. Pensé bastante sobre el concepto que Canción Estrellada tenía sobre lo sagrado y llegué a considerar en agregar otros objetos al pequeño altar de mi casa. Al regresar fue inevitable buscar el zapato de payaso en la sala de Canción Estrellada. Para mi sorpresa, no estaba allí. Mas tarde, mientras tomábamos café y conversábamos en la terraza, indagué por la desaparición del zapato. El chamán me dijo con simplicidad: “Se lo regalé al hijo de mi hermana”. Cuestioné el motivo para deshacerse de algo tan preciado para él. Canción Estrellada me explicó: “El joven estudia para ser actor y no sabía que su tío ya había trabajado en los palcos. Le encantó y me lo pidió para llevarlo como objeto de inspiración, lo que permití con alegría”. Aún sin entender, le pregunté si era correcto deshacerse de un objeto sagrado. El chamán sonrió y dijo: “Era más importante para él que para mí. Debemos tener cuidado para que nuestra casa no se convierta en un museo, algo muy diferente a un altar, que contiene todo aquello que nos ayuda en la conexión con el infinito y que nos transforma. Un altar puede ser material o inmaterial, así como todo lo demás que lo compone”.

Discordé por completo. Dije que era un sacrilegio no respetar lo sagrado. Canción Estrellada arqueó los labios con una leve sonrisa y explicó: “El objeto es mundano; sagrada es la conexión”. Argumenté que, si el zapato le recordaba la importancia de la alegría en la vida, él no debería deshacerse de éste”. El chamán me miró atentamente. Percibí en sus ojos una mezcla de paciencia y compasión, y dijo: “Hay una anciana que vive en San Francisco. Llegará a la aldea para la reunión del Consejo en pocos días; te pido que la aguardes para continuar esta conversación”.

Pasada una semana ella llegó. Nayelli era su nombre. Una mujer morena, delgada y ágil, con fuertes trazos étnicos y de la misma edad que Canción Estrellada. El cabello grisáceo y largo estaba sujeto con una cola de caballo. Tenía una mirada y una postura que emanaban una extraña e inconmensurable fuerza. El habla, aunque firme, demostraba una bondad enorme y sincera. Percibí que era bastante querida por todos. Tan pronto se cambió de ropa fue a nuestro encuentro. Fuimos presentados y ella se mostró gentil. Salimos los tres a dar una caminada hasta un enorme lago, no muy distante. Mientras andábamos, los dos conversaban. Nayelli era una exitosa editora. Publicaba libros que relataban la historia, la filosofía y la mitología de sus ancestros, mediante biografías o novelas de ficción. Las obras se vendían mensualmente por miles, en diversos países. Era una persona de hábitos sencillos y no demostraba la buena condición financiera que había logrado.

Llegamos al lago al final de la tarde. Canción Estrellada me pidió que encendiera una hoguera y nos avisó que pasaríamos la noche allí. Él había llevado mantas para todos. Prontamente el cielo quedó salpicado de estrellas. Nos aproximamos al fuego para alejar el frío. Una enorme luna llena que surgió al norte, entre las montañas vecinas al lago, vino a visitarnos. El chamán tocó el tambor de dos caras con un ritmo suave y Nayelli comenzó a cantar una linda y sentida canción. En seguida, con el rostro bañado en lágrimas, se levantó y comenzó a danzar a la orilla del lago, al son de la melodía. Canción Estrellada y Nayelli tenían en el rostro una sonrisa serena, parecían en éxtasis; yo observaba todo con admiración.

Pasado un tiempo que no puedo precisar, la mujer se sentó a nuestro lado, junto a la hoguera. Poco a poco el tambor de dos caras disminuyó el ritmo hasta silenciar. Canción Estrellada encendió su indefectible pipa con hornillo de piedra roja y le pidió a Nayelli que me contara un poco sobre su vida para que yo entendiera lo que había presenciado. La editora me contó que se había casado muy joven con otro miembro de la tribu, un hombre digno y amoroso. Luego nació el hijo de la pareja, un lindo y saludable chico. Conformaban una familia feliz. Poco después sufrieron un accidente automovilístico, con el cual culminó el paso del marido y del hijo por esta existencia. Durante los primeros meses quedó desorientada y sin piso. Confesó que, en verdad, estaba complemente destruida, hecha pedazos y llegó a dudar si algún día volvería a sentirse entera. No sabía qué hacer con su vida y tampoco cómo sobreviviría, ya que siempre había cuidado de la casa y del hijo mientras el marido trabajaba. No eran ricos y los ahorros eran pocos. Hasta que cierto día resolvió pasear por las montañas y sucedió algo extraño. Fue como si el viento susurrara diciéndole que encontrara fuerzas en la sabiduría de su pueblo.

Nayelli acomodó la manta sobre los hombros para protegerse del frío que aumentaba a medida que la noche avanzaba. En seguida prosiguió: “Pasé algunos días sin entender bien el mensaje, mas la voz no me salía de la cabeza. Recordé que una de las enseñanzas más valiosas de la filosofía de mi pueblo es que todo el poder emana del propio ser. Somos el hogar del Gran Misterio adormecido. Cabe a cada uno despertarlo en sí. En la tradición cristiana esta valiosa virtud es conocida como fe”.

“Comencé a sentirme un poco más fuerte a cada día, pero aún no tenía un rumbo. Fue cuando tuve una conversación con un chamán muy joven en aquella época”. En ese instante ella miró a Canción Estrellada, le ofreció una sonrisa como agradecimiento y continuó el relato: “Él me incentivó a usar mi don. Yo le dije que desconocía cual era mi don, a lo que él respondió que los dones se ocultan en los sueños. Me aconsejó que buscara mi sueño, pues allí lo encontraría. Volví a sentirme desorientada, y consideré vagas las orientaciones. No obstante, era todo lo que tenía. Nunca había pensado en cuáles eran mis sueños ni mis dones. Llegué a creer que se relacionaban con ser una buena esposa y una madre dedicada. Aunque esto me hizo feliz mientras me fue permitido y este sea el sueño y el don de muchas mujeres, no era el mío. No eran esas las habilidades que me ayudarían a atravesar el camino en esta existencia”.

“Todo lo que sabía lo había aprendido con los contadores de historias nativas que había oído desde la infancia: sueño y don son los pilares del puente que ligan el corazón con la vida. Este era mi punto de partida”.

“En aquella época, para alejar la tristeza, comencé a alimentar la esperanza a través de la lectura. Las más bellas historias son las de superación. Comencé a entender que yo tenía que vivir la mía. Solamente esta vivencia me traería la fuerza y la sabiduría necesarias, que, a su vez, llegarían a medida que avanzara en las páginas de mi historia. Huir de la propia historia es huir de sí mismo, es negar la realidad; es abandonar el sueño, renunciar al don y darle la espalda al camino. Es no conocer la miel de la vida; es rechazar la sal de la tierra”.

“Comencé a percibir la alegría y la esperanza ofrecidas en los libros. Los libros son herramientas valiosas y yo los amaba. Reparé que existía una enorme cantidad de maravillosas historias nativas, de profunda sabiduría, desconocidas ante el mundo pues estaban restringidas a mi pueblo. Sin embargo, yo no pasaba de una mujer solitaria, sin experiencia y sin dinero. Aparentemente todo estaba en mi contra, salvo el amor que me impulsaba. Comencé desde casa a editar esas historias, a juntar las más cortas en antologías y a procurar otras. Pronto tenía un excelente material en mis manos. Fue cuando partí para San Francisco en la aventura de buscar editores que las publicasen. Al inicio fue bastante difícil y recibí muchas negativas, hasta que conseguí la primera publicación y obtuve una respuesta satisfactoria de los lectores, que manifestaron el encanto con el universo que yo les presentaba. Entonces, poco a poco, todo creció hasta el punto de montar, algún tiempo después, mi propia editora, hoy en día reconocida y respetada por la calidad de los textos que publica”. Se encogió de hombros y dijo: “En resumen, esta es mi historia”. Hizo una pausa, su mirada se transportó a la inmensidad del cielo y agregó: “Y ella comienza aquí, en este lago, ante esta luna”.

Le pedí a Nayelli que se explicase mejor. Ella fue gentil: “Después de la partida de mi marido y de mi hijo me sentía destruida, abandonada y llegué a dudar si algún día volvería a tener la alegría y las ganas de vivir. Al mirar los potes que guardaban las cenizas de ellos me ahogaba en tristeza. Un día, al leer un libro, me permití una interesante analogía de ideas: la tristeza y la cobardía eran lo inverso a los espíritus de aquellas personas que yo tanto amaba. Ellos tenían que ser mi fuerza y no mi debilidad”. “Entendí también algo extremamente poderoso y sagrado: cuanto mayor la destrucción, mayores las posibilidades de transformación”.

“En una noche de luna llena, vine hasta la orilla de este lago y lancé las cenizas al viento. En oración, le pedí a la abuela luna que encaminara serenamente sus espíritus hasta los brazos del Gran Creador”. Preso a mis conceptos, indagué si no era un sacrilegio lanzar los restos mortales de entes queridos. Nayelli me sonrió con compasión y explicó: “No los boté, al contrario, nos liberamos los tres. Les deseé que continuaran su viaje de aprendizaje junto al Infinito y me permití comenzar aquí una nueva jornada con las lecciones y las incumbencias que me eran apropiadas”. Argumenté que las cenizas eran sagradas y que ahora ya no estaban guardadas en el pote, a lo que ella me respondió: “Se las entregué al cuidado de la luna. Ahora, en cualquier lugar del planeta en el que esté, basta mirar hacia el cielo que yo los sentiré. Para mí, ellos están en todos los lugares y no apenas dentro de un pote. La conexión está hecha. Sea en la luna; sea en mi corazón. Sagrado es el amor. Todo el resto son tan sólo puentes”.

Volvió a hacer una pausa y concluyó: “Los puentes pueden ser de cemento, de piedra, de madera, de porcelana o hasta de cenizas. Los más sólidos, no lo dudes, son los cimentados por el más puro amor”. Le pregunté si los extrañaba. Nayelli me ofreció una sonrisa bondadosa y dijo: “¡Por supuesto! Me encanta la nostalgia pues ella es sagrada, ya que sólo existe donde hay amor. No obstante, para que la nostalgia sea sagrada debe ser alegre, como son alegres el amor y la libertad. Cuando siento nostalgia de ellos, puedo estar en Londres o Hong Kong, miro al cielo, danzo, canto las bellas canciones que conozco y mi corazón queda en paz. La luna es mi altar, ella es sagrada para mí”.

Canción Estrellada volvió a entonar una melodía suave con el tambor de dos caras. Cerré los ojos y me dejé llevar por la música. Parecía que los golpes estaban acompasados con la pulsación del planeta. Tuve una agradable sensación de estar conectado con el Todo; una sensación sagrada. Al final, el chamán dijo: “Lo sagrado está en toda parte, se oculta en lo mundano, en los quehaceres simples de lo cotidiano. Lo sagrado está en las virtudes, pues es la manera como cada uno reacciona ante las contrariedades de la vida que conseguirá revelar su otra faceta. La faz divina”.

Hizo una pausa, miró a Nayelli a los ojos y finalizó: “Agradezco por todo aquello que me destruye, pues es justamente cuando preciso de mí que descubro quien yo soy; entonces, me transformo y el universo se manifiesta en luz. Esto es sagrado”.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

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