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La ley del progreso

Estaba sentado en la terraza del monasterio apreciando las bellas montañas que lo acogen cuando se aproximó el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden. Siempre con su estilo jovial, a pesar de su avanzada edad, traía dos tazas de café fresco que acomodó en la mesa a mi lado. Se sentó en una cómoda poltrona y bromeó al decir que le compartiera mis pensamientos. Le agradecí por el café y le confesé que cuestionaba el hecho de los textos sagrados afirmar que somos hechos a imagen y semejanza de Dios. Mientras Dios es perfecto, nosotros todavía nos esforzamos con los primeros escalones de aprendizaje. Argumenté que, si el origen de todos los males del mundo es la prevalencia de las sombras personales ante las elecciones virtuosas concernientes a cada individuo, sería más sensato que todos hubiéramos nacido perfectos, así como Dios, evitando de esta forma todas las tragedias y sufrimientos provocados por la humanidad contra sí misma; por lo tanto, existía un error por parte del creador con relación a la elaboración de la criatura o una gran equivocación en los textos sagrados.

El Viejo me miró con dulzura y paciencia como si ya hubiera enfrentado la misma cuestión varias veces y dijo: “No hay ningún error con relación a la creación, ni con las palabras codificadas. Ellas son como un mapa que sólo necesita la correcta interpretación para llevar al viajero al destino deseado; un texto necesita de una lectura que va más allá de las letras aparentes. Ten en consideración que las palabras sagradas no fueron escritas para algunos, apartando definitivamente la idea de privilegios, sino para todos, sin excepción. Son señales que nos auxilian en el constante ejercicio del perfeccionamiento personal al permitir que superemos, poco a poco, cada fase de los innumerables ciclos de la vida: aprender la lección correspondiente en aquel momento de la existencia, transformarse con ella, colocarla en movimiento al compartir lo mejor que floreció en sí y seguir adelante”.

“Como los niveles de percepción todavía son diversos y los textos son para todos, es preciso que existan varios niveles de interpretación, de acuerdo con la consciencia y el corazón de cada individuo. Esto hace con que podamos aprender de unos y enseñar a otros, haciendo valiosas las diferencias personales y culturales. Permite también que las palabras sagradas sean vivas y se modifiquen, no en la forma sino en el contenido, a medida en que se avanza en la jornada evolutiva”.

Lo interrumpí para aclarar una duda que tenía hacía tiempo. Existen muchos textos de las más diversas tradiciones religiosas, filosóficas y metafísicas. Algunos muy antiguos, otros más recientes. ¿Cómo saber cuáles textos son sagrados? El Viejo siempre decía que la verdadera sabiduría es muy sencilla para que todos puedan tener acceso a ella. Las aguas deben ser claras para que podamos ver la profundidad del lago. La complejidad es sólo fruto de la ignorancia de aquellos que hicieron las aguas turbias por el miedo a que los descubran nadando en el lado pando del lago. De esa vez no fue diferente. Él explicó: “Sagrado es todo aquello que me hace una mejor persona. Lo sagrado está en todos los rincones, escondido detrás de las cosas y de las relaciones banales del mundo a la espera de que lo encuentres. Cada palabra o situación que brinde paz, amplíe el sentimiento amoroso hacia toda la gente, destruya la cárcel sin rejas de las ideas que limitan la perfecta libertad del alma, muestre la posibilidad de la felicidad infinita y ventile la levedad del ser, a través de elecciones repletas de dignidad, son sagradas. Todo texto, libro, película, conversación, canción o poesía que contenga en su interior, de alguna manera y en cualquiera de las variantes, el concepto que ‘debemos amar cada persona como a nosotros mismos’, no lo dudes, es sagrado. Es sagrado por ser fruto de la semilla primordial”. Así de sencillo.

Le agradecí con una sincera sonrisa. No obstante, le advertí al monje que se estaba desviando del foco de la cuestión central de aquella conversación: ¿no sería más simple haber nacido perfectos y, de esta manera, evitar tanto sufrimiento? El Viejo me devolvió la sonrisa y se justificó: “Sólo hice un preámbulo sobre la belleza y la simplicidad de lo sagrado, así como de la importancia de las diversidades personales para el ejercicio del aprendizaje. Son pilares valiosos para sustentar el raciocinio que desarrollaremos a seguir”. Hizo una pausa, bebió un sorbo largo de café y me preguntó: “Todo padre amoroso desea lo mejor para sus hijos, ¿cierto?” Concordé y el monje prosiguió el raciocinio: “Imagina a dos hermanos gemelos cuyo padre, un hombre muy poderoso, los separa tan pronto nacen para que sean criados de maneras diferentes. Uno de ellos, desde la infancia, tiene amplio acceso a todas las cosas que el dinero puede comprar. Basta un simple deseo. El otro será criado con las dificultades inherentes al mundo material, común a la gran mayoría de las personas y le serán concedidos tan sólo los medios necesarios para realizar sus conquistas, nunca sin el debido esfuerzo”. Me miró con firmeza y agregó: “Vale resaltar que no hay cualquier demérito o virtud, sea en la riqueza o en la pobreza; son sólo herramientas de lecciones existenciales”. En seguida, volvió a preguntar: “¿Cuál de los hijos fue privilegiado por el padre?” Rápidamente respondí que el hijo criado en la hartura y en la riqueza.

El Viejo sonrió con dulzura, meneó la cabeza en negación y explicó: “El compromiso en la ejecución de todas las fases de una conquista obliga al individuo a buscar el mejoramiento, sea en la ejecución de la tarea, sea en las relaciones para con los otros o ante sí mismo. Esto, cuando es bien aprovechado, lo fortalece. De ese proceso surge la necesidad de inventarse a sí mismo y todas las cosas alrededor, no como una fuga sombría de la realidad, sino como un esfuerzo para ampliar límites, entender que todo puede ser diferente y mejor para que haya progreso. La voluntad de rebasar fronteras, de ir más allá de sí mismo, es una fuerza irreprimible. Es la fuerza del alma. El trabajo antecede al progreso; sin uno no existe el otro. La jornada de transformación se destina a la evolución. Sin esta no existe aquella. El avance tiene como característica todo y cualquier movimiento a favor de la luz; es la antítesis del estancamiento, que tanto sufrimiento conlleva”.

“Así nace lo perfecto”.

“Siempre existe una profundidad más allá de la superficie; una esencia detrás de la apariencia que reside en la comprensión y en el movimiento por la conquista, no del mundo ni del dinero, sino de las transformaciones personales que se hacen indispensables para proseguir la jornada del descubrimiento del infinito poder de la superación personal. La belleza de la perfección está en la transformación de lo imperfecto; la magia de la plenitud sólo es posible cuando es buscada en los confines de lo imperfecto; la sabiduría del todo reside en el descubrimiento de la plenitud en cada una de las partes que lo componen. La plenitud permitirá, según la medida del progreso, la conquista de las riquezas inmateriales e infinitas: la paz, la libertad, la felicidad, la dignidad y el amor incondicional, justo aquel con el cual envolvemos al otro con el mismo sentimiento que deseamos para nosotros”. Me miró a los ojos y dijo: “Amar a un ente querido es fácil; la virtud está en amar a quien nos lastimó. En esto difiere el fuerte del débil y define las historias que valen la pena ser contadas. Si vienen listas perderán su encanto, valor, sentido y sabiduría. ¿De qué vale una historia que tenga sólo el último capítulo? Las mejores películas son las que narran episodios de superación. No hay como forjar el acero de una buena espada sin exponerla al fuego”.

“Sin embargo, volviendo a nuestra cuestión, repara que mientras un hijo trabajó el otro fue servido. A pesar de eso, ¿crees que ambos tendrán la misma óptica y concepción con relación al mundo? ¿Cuál de ellos tendrá una percepción estructural más precisa? ¿Una relación más afinada con la vida? ¿Cuál de los hijos tendrá mejores condiciones de dejar un legado de aprendizaje para quien venga atrás?” Antes de que pudiese manifestarme, él repitió la pregunta: “¿Cuál de los hijos fue privilegiado por el padre?” Yo cambié la respuesta y dije que había sido aquel a quien el padre había fortalecido mediante el trabajo.

El monje arqueó los labios con una leve sonrisa y dijo: “Errado. El lago es un poco más profundo”. Ante mi espanto, él explicó: “Existen preciosas lecciones tanto en una situación como en la otra, adecuadas a las necesidades de cada ser. Pensar que el hijo que tuvo la facilidad y la comodidad del dinero fue privilegiado es un error. De otro lado, juzgar que él fue excluido también es un error”. Bebió un sorbo de café y amplió el raciocinio: “El hijo que tiene acceso al lujo y las condiciones de pagar para que lo sirvan al menor deseo, al contrario de lo que muchos imaginan, está ante un difícil desafío evolutivo. Él tiene un gran trabajo que realizar. No el mismo trabajo del hermano que lucha por su supervivencia y de ella extrae las lecciones que le son pertinentes. Sin embargo, el hijo rico necesita un enorme esfuerzo para encontrar razones para que su vida no transcurra en los rincones de la existencia”. Levantó las cejas, como lo hacía cuando aumentaba el tono de la seriedad en su discurso, y dijo: “La vida de una persona adinerada necesita tener un sentido para que sea, de hecho, próspera. Es indispensable que éste sentido esté relacionado con la evolución espiritual”.

“La lucha por la supervivencia es un método valioso que, si es bien aprovechado, apalanca preciosas conquistas íntimas e incorpora el concepto de prosperidad. No obstante, no es el único ni el más difícil. Abandonar una vida lujosa usada tan sólo como cortina ante las adversidades del mundo, renunciar a la comodidad estando dispuesto a transformar riqueza en prosperidad y usarla en la propagación de la luz también exige mucho esfuerzo, siendo igualmente inestimable”.

“Riqueza o pobreza son solamente desafíos evolutivos existenciales, por lo tanto, temporales. Prosperidad es andar por el lado luminoso del Camino, independiente de las condiciones ofrecidas”.

“A menudo, escucho historias tristes de depresión y desánimo oriundas de millonarios que no supieron usar el dinero como herramienta de transformación espiritual. El ego creció cuando el alma enmudeció. Insistieron en una existencia vulgar sin abandonar los privilegios y sin aprovechar la abundancia material para abrazar la siembra del bien. Pasaron por la vida como si sólo los placeres sensoriales, la ostentación, el lujo, el orgullo y la vanidad fueran importantes. Es triste el desperdicio de tal oportunidad. De otro lado, percibo igual desperdicio, pero con otro ropaje, por parte de personas que viven indignados y lamentándose por las dificultades materiales que la vida les dio, malgastando tiempo y energía en reclamos infructíferos y emociones sombrías de injusticia con relación al destino”. Hizo una pausa y adicionó: “Sí, abundancia o escasez son regalos. Como todo regalo puede ser bien aprovechado o acabar en la basura”.

“De un modo u otro, el trabajo es indispensable para el progreso. Sin uno no existirá el otro. La evolución personal es la transformación sin la cual el mundo no avanzará”. Hizo una pausa y mencionó: “El Maestro Jesús cierta vez dijo: “Ustedes pueden hacer todo lo que hago y mucho más”. Esto significa la evolución mediante el perfeccionamiento de las virtudes personales. Este planeta es una escuela formadora de admirables maestros. La Ley del Progreso es la Ley de la Perfección. Ella es inexorable y alcanzará a todos; no obstante, el trabajo le es una condición indispensable”.

Permanecimos un tiempo sin decir palabra para que yo pudiera acomodar los nuevos conceptos en sus debidos lugares, hasta que rompí el silencio para decir que entendía la metáfora que él usaba con relación al dinero. Era preciso entender no sólo el valor de la conquista de la luz, sino también la mejor utilización que le podemos dar a favor de la superación de sí mismo y a favor de todos. Es la otra cara de la misma lección. El Viejo sonrió, sacudió la cabeza concordando y concluyó: “Entonces volvamos al inicio de nuestra conversación cuando dije que todo aquello que nos hace una mejor persona es sagrado y también que lo sagrado se esconde en las situaciones mundanas. Tanto la escasez como la abundancia son tan sólo instrumentos temporales que sirven para las lecciones pertinentes al individuo, pudiendo ser profanas o sagradas. Depende de la aplicación que le demos a la herramienta. Un martillo es usado tanto en la demolición como en la construcción”. Se encogió de hombros y finalizó: “La elección es tuya y estará de acuerdo con el trabajo que estés dispuesto a realizar”.

 

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

 

 

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