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Siempre tengo todo lo que necesito

Allí estaba yo, de vuelta a la pequeña villa china próxima al Himalaya. El viaje, además de pesado debido a las largas horas de vuelos, conexiones necesarias y el trecho realizado en autobús por la precaria carretera que serpenteaba la montaña, me dejó el inconveniente de tener extraviada la maleta por parte de la compañía aérea. Mis reclamos en el aeropuerto habían sido inútiles y la empresa no garantizaba la entrega del equipaje en un lugar tan distante y de difícil acceso, si por ventura aparecía. Tan sólo tenía la mochila con los documentos y alguna que otra pieza de ropa que había llevado para cambiarme durante el largo recorrido. Tan pronto llegué intenté descansar un poco en el único hostal del lugar, mas fue en vano. La irritación y la contrariedad hacían que mi cabeza girara llena de ideas y sentimientos a punto de desbordar en mi interior.

El día aún no despuntaba cuando me levanté y me dirigí hacia la agradable casa de Li Tzu, el maestro taoísta, donde recibía alumnos de toda parte del mundo para aprender las milenarias lecciones contenidas en el Tao Te Ching. Al cruzar el portón de la casa, siempre abierto, sentí una agradable sensación. Un perfume que no supe identificar si provenía del enorme jazminero que envolvía el bello jardín de bonsáis o de los muchos inciensos regados por la casa, llenaba el silencio y la quietud del lugar. Algunos faroles de tenue iluminación guiaban el estrecho y sinuoso camino hasta la terraza. Li Tzu acababa de terminar una solitaria sesión de yoga y al verme se mostró feliz. Siempre delicado, me convidó a tomar té. Cuando entré a la cocina, Media noche, el gato negro que habitaba en la casa, erizó el pelo y salió disparado cuando me vio. Incómodo, comenté que parecía que el dócil animal no me había reconocido después de tanto tiempo. El maestro taoísta me corrigió: “Los gatos son muy sensibles a las energías. La violencia lo asustó”. Refuté diciendo que yo era un sujeto pacífico, incapaz de agredir a alguien. Li Tzu explicó en un tono entre dulce y firme que le era peculiar: “Todos conocen tu índole de paz, Yoskhaz. No obstante, tú no estás bien. La violencia no se expande apenas con la grosería de las palabras o la agresividad de las actitudes. Recuerda que somos un centro generador de energía. Las vibraciones primordiales surgen a través de nuestras ideas y emociones, invisibles a los ojos, pero no por esto dejan de ser percibidas y menos importantes, pues tienen la fuerza de desalinear al individuo y, algunas veces, fragmentar el ambiente; o lo que es peor, volverse la semilla de elecciones equivocadas por distanciarse del amor que debe guiarnos”. Hizo una pausa y concluyó: “Debemos vigilarnos todo el tiempo”.

Mientras él colocaba las hierbas en infusión, le conté todo lo sucedido y mi desventura por estar sin la maleta. Lamenté la falta de la máquina de afeitar eléctrica, la pérdida de algunas de mis camisas predilectas, de la navaja suiza, herencia de mi abuelo, además de otras pertenencias. Li Tzu oyó el relato con paciencia y al final comentó: “El Tao enseña ‘siempre tengo todo lo que necesito”. Colocó las tazas sobre la mesa y dijo: “Al incorporar este concepto nos volvemos invencibles ante los contratiempos típicos de la existencia”. Me miró como si contara un secreto y dijo: “Aunque haya una molestia inicial, no te preocupes tanto por la maleta perdida. Concéntrate en mantener en orden el equipaje interno; este sí debe estar siempre en orden para disponer de las herramientas necesarias para superar los problemas inevitables de la vida”. Le pregunté a qué herramientas se refería. El maestro taoísta explicó: “A las virtudes, ellas son el escudo que protege y las alas que libertan”. Quise saber de qué me libertarían las virtudes. Él aclaró: “Del sufrimiento. El sufrimiento es una violencia innecesaria que nos permitimos al desconocer toda la fuerza y poder que tenemos”.

Le solicité que tuviera empatía y se colocara en mi lugar. Agregué que cualquier persona en mi situación estaría molesta. Li Tzu dijo que era exactamente por colocarse en mi lugar que decía aquello e hizo una aclaración: “Colocarse en tu posición no significa pensar igual a ti o mantener el discurso que alimenta tu molestia. Justamente por estar en tu lugar te ofrezco una visión diferente; la mía. Convengo con la posibilidad de pacificación del ser a pesar de los conflictos del mundo”. Cuestioné cómo hacer eso, a lo que dijo: “El Tao nos dice que aprendamos del agua”.

Dije que lo estaba complicando aún más. Li Tzu sonrió y respondió: “El agua nos enseña la virtud de la adaptabilidad. La adaptabilidad es la madre del equilibrio y la hija de la armonía, otras dos valiosas virtudes. Cada vez que el mundo te desequilibra, la búsqueda para adaptarse al nuevo momento te lleva a alguna transformación tanto en el ser y como en el vivir. Esto es evolución. Reunidas, las virtudes te llevan al cielo”.

Le pedí que se explicara mejor. El maestro taoísta se mantuvo paciente: “El agua baja de la montaña y al encontrarse con el lago se adapta a sus bordes. Al surgir un vacío, baja como riachuelo hasta desembocar en un río mayor. Al depararse con una piedra, la rodea. Al acondicionarla en un recipiente toma su forma hasta ser usada. Cuando es expuesta al calor, se transforma en nube para esparcirse en gotas lejos de allí. Infaliblemente llegará al mar, destino a partir del cual volverá a ser lluvia y al caer en la montaña, dará inicio a un nuevo ciclo de renovación. El agua limpia, purifica, renueva la vida por donde pasa y sigue. El agua necesita estar en movimiento ya que si está estancada se pudre y genera enfermedades”. Hizo una pausa y continuó: “El individuo que vive lamentándose es como el agua estancada”.

Discordé, argumentando que el conformismo es una plaga de la humanidad que impide su avance. Li Tzu concordó conmigo: “Sí, pero el conformismo no tiene el mismo significado de la adaptabilidad. La diferencia entre estos conceptos reside justamente en saber si el agua está parada o en movimiento. Moverse no significa hacer ruido o volverse violento. Cuando el agua hace esto destruye, por estar bajo intensa presión con la cual no supo lidiar, y acaba excediendo sus propios límites”. Llenó las tazas con té y prosiguió: “Cuando simplemente nos adecuamos a una situación incómoda, somos como una represa que lentamente va rebasando su límite hasta desbordarse y destruir todo a su alrededor. En ese momento dejamos que malos sentimientos alimenten actitudes violentas o somaticen enfermedades. Para que esto no suceda, es necesario adaptarse a la nueva situación y permitir la visión que ella ofrece; la posibilidad de una forma diferente de pensar y una manera mejor de seguir adelante. La fuerza de la vida está en las aguas mansas que bajan del río abasteciendo sus márgenes al mismo tiempo que se nutren con todo lo que éstas le proporcionan, de lo contrario, al ser reprimidas, acaban explotando, destruyendo violentamente todo por donde pasan. Flexibilidad y resiliencia son características de la adaptabilidad, ya que permiten la indispensable movilidad. La vida exige movimiento; cuando nos negamos, el estancamiento nos hace explotar en furia, tristeza o dolor”.

Recordé que la destrucción de las viejas formas era una inexorable e indispensable ley esotérica. Li Tzu volvió a concordar: “Sí, la destrucción y el caos muchas veces se hacen necesarios para abrir espacio a lo que viene. La destrucción sólo es necesaria cuando no somos capaces de renovar. La diferencia entre una y otra se traduce en un camino de guerra o de paz; en días de sufrimiento o armonía”. Argumenté que el conflicto muchas veces era un instrumento necesario para apalancar la evolución. El maestro taoísta meneó la cabeza: “Es verdad, sin embargo, el conflicto solamente se hace esencial cuando nos negamos a aprender la lección apropiada, de ser y vivir de manera sabia y amorosa. El agua solamente destruye cuando está represada inadecuadamente. Los sentimientos apenas transbordan en violencia cuando son tratados de manera equivocada”.

“Maletas extraviadas hacen parte de la rutina del mundo moderno. Aunque no sea deseable, sucede todos los días; así como los innumerables contratiempos inherentes a la existencia. Trenes se atrasan, palomitas terminan antes de la película, romances se desvanecen, las personas nos dicen no, el dinero escasea, los despidos ocurren. No siempre el objeto de tu deseo está disponible en la estantería del mercado o de la vida y es maravilloso que sea así, de lo contrario nunca desviaremos la mirada del paisaje. Continuaríamos eternamente distraídos con las variadas delicias que existen en el planeta sin la posibilidad de deleitarnos con las maravillas que nos habitan. El Camino no se recorre afuera, sino dentro del andariego”.

Bebió un sorbo de té y prosiguió: “Al concientizarte de quién eres, así como todos, tendrás absolutamente todo lo que necesitas y serás envuelto en una segura sensación de plenitud. Nunca más te sentirás desamparado. Siempre encontrarás una salida; siempre habrá una buena lección. Así, el agua seguirá renovando la vida que encuentra”.

Volví a discordar. Le dije que el discurso era muy bonito y poco práctico. Existen situaciones bastantes incómodas que hacen el sufrimiento inevitable. Li Tzu amplió el raciocinio: “Las tempestades del mundo no deben agitar las aguas del lago interno. Una autoridad puede aprisionarte, pero para que tome tu libertad tendrás que permitírselo; una persona puede ofenderte, pero la humillación solamente te alcanzará con tu debida concesión; pueden robar tu dinero, pero sólo perderás la dignidad si quieres entregarla; ningún conflicto puede robarte la paz, salvo con tu autorización. Una enfermedad, la vejez o un desastre pueden, como máximo, terminar con esta existencia; jamás pondrá fin a la vida. La felicidad no depende del mundo; ella está en tus manos”.

Algunos alumnos comenzaron a llegar para las prácticas del día. Saludaron a Li Tzu y fueron orientados a ir a la sala de meditación. Me despedí del maestro taoísta y quedé en volver al día siguiente para iniciar mi ciclo de estudios. Decidí hacer una caminada por la montaña. Por motivos que no puedo explicar, andar me ayuda a pensar cuando estoy confundido; tal vez porque alivia la tensión. Lentamente, las palabras del maestro taoísta fueron encajando. La pérdida de la maleta, situación común en los días de hoy, por sí sola no contenía ninguna lección. No obstante, dentro de ella yo traía parte de mis hábitos. Cosas que, en principio, eran indispensables para mi bienestar. El extravío de la maleta me forzaría a quebrar por completo la rutina, lo que no se daría sólo con el viaje en sí, como en un principio pensaba. La rutina, aunque a veces resulte tediosa, por lo general es placentera pues incluye hábitos que nos agradan. Esto es bueno por hacernos bien. Es malo cuando se vuelve un vicio. Cuando pensamos en vicios nos remitimos, la mayoría de las veces, a las drogas lícitas e ilícitas o a cosas afines y oscuras. Sin embargo, es mucho más profundo. Percibí que los vicios son tan mañosos que, en algunos casos, no los percibimos. Todo aquello que ilusiona y nos hace creer que “no puedo vivir sin”, es un vicio y, por lo tanto, nocivo por crear dependencia. Se torna en prisiones sin rejas. Entendí que en la maleta extraviada yo traía muchos de mis vicios. No obstante, noté algo mucho más serio. En mi equipaje interior, la consciencia, también existían muchos vicios disfrazados como necesidad. Vicios son sombras que, como tales, nos apartan de la luz. La dureza de la visión, la inflexibilidad del pensar y el automatismo en el actuar, eran algunos de esos peligrosos hábitos. Un equipaje habla mucho sobre la otra maleta. Esta era reflejo de aquella.

¿Qué me es indispensable? La respuesta fue sofisticadamente simple: el amor y las demás virtudes, pues son los instrumentos para alcanzar a libertad, la paz, la dignidad, la felicidad, además del amor propio, en eternos ciclos de perfeccionamiento.

¿Dónde encontrarlos? En ningún otro lugar, salvo dentro de mí. Por lo tanto, tengo siempre todo lo que necesito.

Agradecí por la pérdida de la maleta. Sólo así yo podría arreglar el equipaje. Paré para observar la vista desde lo alto de la montaña del hermoso valle florido y de los infinitos cerros que lo rodeaban. Allí me di cuenta de toda la fuerza y poder contenidos en mí. En aquel instante tuve la seguridad de que, si yo era capaz de separar la maleza del trigo, podría cambiar el peso del mundo por la ligereza del alma y ningún vuelo me sería imposible.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

3 comments

Leandro peña noviembre 5, 2018 at 6:02 pm

🙏🏻

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Cecé octubre 26, 2019 at 12:01 pm

Cuántas enseñanzas hay en este relato! Gracias por compartirlo !!!!

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Lorena Elizabeth Perez Dominguez julio 9, 2020 at 12:16 pm

Gracias por tanto amor que nos ayuda a crecer!

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