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Lo perfecto es enemigo de la perfección

Tan pronto el autobús me dejó en la serena villa china localizada en la subida al Himalaya, dejé mi equipaje en la única posada del lugar y me dirigí a casa de Li Tzu. Estaba allí para otro breve período de estudios con el maestro taoísta. Cuando pasé por el portón, Medianoche, el gato negro que habitaba en la casa, me ofreció una mirada displicente y siguió durmiendo. Esperé que Li Tzu terminara una sesión de meditación donde orientaba a un grupo de alumnos provenientes de todos los rincones del planeta. Fui recibido con su habitual alegría serena y pronto estábamos en la cocina para tomar té. Mientras las hiervas aguardaban en infusión, comenzamos a conversar. Él estaba muy feliz, pues se había encontrado recientemente con el Viejo, el monje más antiguo de la Orden, en una solemnidad para antiguos académicos de la universidad inglesa de la cual se habían graduado. Aunque frecuentaron cursos diferentes, fue allí donde iniciaron una sólida amistad que llevaba décadas. Comentó que era muy interesante reencontrase con los compañeros con quienes había compartido aquellos años de estudio y ver cómo cada cual había seguido su rumbo según las circunstancias de la existencia. Notó que el tiempo había sido generoso con algunos; con otros, cruel. Varios compañeros estaban innegablemente mejor. A pesar de la edad, tenían estampada una tranquila sonrisa de aquellas que transmiten felicidad, los gestos suaves de la dignidad y el brillo en la mirada típico de los que conquistaron la libertad interior y la paz de corazón. Otros, entretanto, se mostraban escépticos con relación a la humanidad, desilusionados con la vida, sin ninguna esperanza depositada en un mañana diferente y mejor. También estaban los que necesitaban contar ventajas vanas con la intención de mostrarse mejores que los demás o para creer que tal vez eran felices. Quise saber la razón por la cual el tiempo no agraciaba a todos de la misma manera. Li Tzu se encogió de hombros, como quien dice lo obvio, y expresó: “Por las elecciones; estas dibujan el destino y colorean la plenitud”. Mientras vertía el té en las tazas, complementó: “Aquellos que intentaron conquistar el mundo se perdieron a sí mismos. Los que se encontraron consigo ganaron la vida”.

Comenté que, con relación a todas las cosas, nadie debería contentarse con menos que aquello que fuese perfecto. Li Tzu reposó la taza de té en frente mío y dijo: “El Tao enseña que lo perfecto es enemigo de la perfección”. Le pedí que se explicara mejor, pues no estaba entendiendo. Él amplió su raciocinio: “El perfeccionismo trae bastante sufrimiento al tornarse una prisión en vez de servir como herramienta de liberación. La búsqueda por la perfección es el intento inútil de, teniendo a Dios como arquetipo, vivir la perfección inalcanzable, al menos en este momento de la existencia. La batalla ignominiosa de alcanzar lo imposible puede causar mucho desconsuelo; dependiendo de cómo se lidie con esto, puedes frustrarte, y esta frustración se manifestará en incredulidad, desánimo, impaciencia o agresividad”.

Discrepé de inmediato. Cité el Libro de Mateo que aconseja: “Por tanto, sé perfecto así como el Padre Celestial es perfecto”. Cuestioné si él consideraba que había error en aquellas palabras. Li Tzu arqueó los labios con una leve sonrisa y comentó: “El texto es irreprochable en su maravillosa enseñanza. Jesús es el maestro que perfeccionó a todos los demás. En la Biblia encontraremos las más valiosas lecciones de metafísica que existen; tan solo es preciso su exacta interpretación. Adicionalmente, se debe considerar la complicada cuestión de las traducciones para diversas lenguas a partir de un idioma limitado como el arameo. Aunque en Oriente no sea tan común la tradición cristiana como lo es en Occidente, pienso que la verdadera sabiduría es única, independiente de su fuente. Todos los pueblos se encuentran en el camino. El amor es el punto de encuentro”.

“No fue casualidad haber conversado sobre esa cuestión recientemente con el Viejo y tenemos la misma opinión. Cuando el maestro dijo que buscáramos la perfección no se refería a la negación o supresión de nuestros defectos y dificultades, sino al empeño en nuestro perfeccionamiento. Él nos orienta para que seamos personas enteras y completas, con toda sombra y luz que nos envuelve, sin esconder de nosotros mismos las aristas que necesitan ser pulidas. Debemos empeñarnos en la transformación personal para que podamos ser diferentes y mejores a cada día. No obstante, eso debe ser hecho de manera dulce y serena, siendo conscientes de que la evolución ocurre a pasos lentos para que sea firme. Al contrario, el perfeccionista quiere la perfección de inmediato, en todo momento y a cualquier costo. No se permite andar al compás del propio entendimiento como si la perfección, sea con relación a sí o a los otros, tuviese que estar siempre lista para el deleite. Le falta entender que el Camino es un proceso, una travesía que debe ser aprovechada paso a paso con empeño, alegría y admiración. Sin embargo, el perfeccionista solo tiene los ojos puestos en el destino y por eso se pierde”.

“El individuo perfeccionista, por ser riguroso consigo, por no admitir la imperfección, acaba siendo demasiado exigente con el mundo, volviéndose una persona fastidiosa e intolerante. El perfeccionista parece andar con un látigo en la mano para azotarse ante los menores errores, así como a toda la humanidad por sus equivocaciones. Si lo sagrado es concebido con sabiduría, justicia y amor infinitos, será siempre un amigo y aliado en nuestra jornada rumbo a la luz, jamás un capataz. Para esto, es primordial que cambiemos el látigo por una linterna en el viaje de la evolución”.

“El perfeccionismo es la semilla de la intolerancia, una enorme y dañosa sombra colectiva, con la cual unos critican a los otros por los mismos errores, por dificultades comunes, semejantes a todos. Como si no bastara, el perfeccionismo acaba siendo una fábrica de hipocresías. Ante la dificultad de lidiar con la perfección que nunca se puede alcanzar, el perfeccionista niega sus propias imperfecciones. La manera más común de hacerlo es mediante incesantes críticas con relación al comportamiento ajeno. También suele dictar reglas como si fuera el señor de la humanidad; vigila a todos como centinela del mundo. La intolerancia es un comportamiento típico de aquellos que viven fuera de sí mismos, que no tienen la mínima idea de quiénes son”.

“También están aquellos que, al frustrarse por no alcanzar la perfección en lo que son y en todo lo que hacen, se esconden del mundo al sentir vergüenza de sus dificultades, por el miedo a las críticas que por ventura recibirán. Poco a poco sus fuerzas son minadas por los caminos de la existencia y terminan olvidando sus sueños, su don y todas las cosas maravillosas que existen en la vida. Pierden el ánimo y el ánimo significa la fuerza del alma; por lo tanto, se desaniman. El desánimo se caracteriza por el vacío que se instala en el corazón del ser. El corazón de cualquier persona necesita latir con todo el poder del universo que nos habita. De esta manera encontramos y movemos lo sagrado en nosotros”.

Quise saber si cada vez que hacemos una crítica ante el comportamiento ajeno revelamos el lado perfeccionista que nos habita como estrategia para ocultar las propias dificultades. El maestro taoísta solo meneó la cabeza concordando.

Cuestioné si debíamos olvidarnos de buscar la perfección para contentarnos con ser lo que somos. Li Tzu frunció el ceño y me corrigió con firmeza: “No fue eso lo que dije. Dije que debemos ser completos y enteros en vez de tan solo ser perfectos. El individuo entero conoce sus sombras y su luz. Se completa con sus dificultades, las cuales trabaja para superar a medida que expande su consciencia y amplía su capacidad de amar. Aquel que busca la perfección es diferente de aquel que exige lo perfecto de inmediato, pues sabe que necesitará paciencia y tolerancia para alejar la irritación y el inconformismo; su jornada será de alegría por cada victoria alcanzada sobre sí mismo, a pesar de las dificultades aún existentes; será impulsado por el ánimo de la superación y no por la tristeza de los obstáculos. Será una vida de avances en vez de una existencia de estancamiento. El ser completo es consciente de sus imperfecciones. Sin embargo, conoce las infinitas posibilidades de transformación que posee para volverse diferente y mejor, un poco a cada día. La persona que se imagina perfecta desea la perfección de inmediato. Por ser inalcanzable, sufre con la sensación de fracaso. Lo perfecto es el lado sombrío de la perfección”.

“El perfeccionista sufre con el síndrome de la divinidad. Él no se permite ser humano por desear ser perfecto como Dios; entonces sufre por su humana deshumanización”.

“Cuando entiendo quién soy por entero amplío mis capacidades. Al descubrir mi parte vanidosa voy a buscar el valor de la simplicidad; al reconocerme orgulloso entiendo el poder de la humildad; ante los preconceptos y la envidia rescato la pureza y la sinceridad; para curarme de un sufrimiento uso el infalible perdón con la fuerza inconmensurable del amor. Entre más acepto mis sombras, más me aproximo a la luz. Solamente al aceptar mis sombras me es posible iluminarlas; puedo transmutar plomo en oro. Esa es la alquimia sagrada de la vida”.

Nos quedamos en silencio. Mientras yo saboreaba el té, aprovechaba la quietud para concatenar las palabras de Li Tzu. Fue cuando me llevé un susto. Siempre había visto a Medianoche, el gato negro que vivía allí, acostado. Por primera vez lo vi andando. Tenía solo tres patas, pero a pesar de esto se movía con cierta agilidad. Al notar mi espanto, el maestro taoísta me contó que lo había rescatado, hacía muchos años atrás, después de haber sido atropellado. Bromeé al mencionar que gato era mascota de hechicero por la capacidad de transmutar las energías del ambiente. Li Tzu sonrió y dijo: “Somos buenos compañeros. Medianoche, con sus tres patas, me hace recordar todos los días las imperfecciones, tanto mías como las del mundo. A pesar de su problema no desiste en caminar. Así, me ofrece lecciones diarias de superación, humildad y compasión”.

Vació la taza de té antes de concluir: “Pero no es solo eso. Al no permitir que la mutilación interfiera en su vida, me incentiva a profundizar en mis propias imperfecciones para encontrar aquellas que me impiden caminar. Dentro de cada una de mis imperfecciones, y solo allí, voy a encontrar lo mejor de mí que todavía no conozco”.

Lo interrumpí para decir que aquello era incoherente. Era imposible encontrar lo mejor en lo peor. Para mostrar que lo obvio no está en la superficie, Li Tzu profundizó el raciocinio: “El individuo supuestamente perfecto no tiene espacio para expandirse. Se queda estancado. En cada imperfección está oculta una de las llaves de la evolución. Encontrar la llave desvenda lo sagrado que habita en mí; cuando giro la llave muevo el poder del universo que se manifiesta a través de mis infinitas transformaciones. Esto ocurre cuando me hago una mejor persona, agrego una virtud a mi forma de ser y de vivir, ilumino una de mis sombras. ¿Percibes que necesitamos de las imperfecciones para evolucionar?”.

En seguida, finalizó: “Agradezco por mis imperfecciones, pues solo ellas me conducen al Tao. Nadie llega a la luz sin pasar por las propias imperfecciones”.

 

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

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