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El vigésimo séptimo día de travesía. El veneno del desierto

El vigésimo séptimo día de travesía. El veneno del desierto

El halcón permaneció planeando en círculos durante un buen tiempo, como si solo deambulara despreocupadamente por el desierto.  De repente, recogió las alas para zambullirse vertiginosamente en la arena en ataque fulminante. Tenía una serpiente en sus garras. Por descuido, un poco antes de posar, el reptil se le escapó. En fracción de segundos, movida por el instinto de sobrevivencia, la cobra se escondió dentro de una pequeña madriguera entre las piedras. Con el halcón posado en el grueso guante de cuero que usaba en el brazo izquierdo, el caravanero se retiró. Algo distante, con una taza de café fresco en la mano, yo observaba al caravanero y a su halcón. Acompañar el adiestramiento matinal del ave se había vuelto parte de mi rutina diaria. Enseguida, hice mi oración rogando por luz y protección. El campamento estaba siendo desmontado y pronto seguiríamos hacia un día más de travesía. Guardé mis cosas y acomodé la alforja sobre el camello. Para mi sorpresa, quien volvió a alinear su camello a mi lado fue Ingrid, la bella astrónoma. Animado, puse tema. Tuve cuidado aquel día de no polemizar con ella para no acabar discutiendo como había ocurrido otras veces. A ella le apasionaba el tema de mecánica cuántica y su aplicación tanto en la astronomía como en la construcción de la realidad. Decía que lo cotidiano tenía mucho en común con las estrellas más de lo que nuestra tosca filosofía era capaz de imaginar. Agradable e inteligente en sus modales y argumentos, con los cuales a veces yo discordaba, ella hizo con que la mañana transcurriera más rápido de lo que yo deseaba. Cuando percibí, ya era medio día, horario en el que solíamos parar para un breve descanso y una refección ligera. Desmontamos de los camellos, extendimos un pequeño tapete para sentarnos y me ofrecí para buscar algunas támaras con los encargados de la caravana. Ella aceptó con una sonrisa. Yo había dado pocos pasos cuando oí un grito. Era la voz de Ingrid. Me giré rápidamente y, al mismo tiempo que observé su expresión de dolor, vi una serpiente huyendo con impresionante agilidad por la arena después de picar a la astrónoma.

Desorientado y afligido, pedí ayuda. Pronto varias personas se aproximaron. Asustados, todos hablaban al mismo tiempo. Sin demora, uno de los encargados de la seguridad mató a la cobra y confirmó lo que todos temían: Era venenosa. Intercambié una mirada de miedo con Ingrid. Deseé desde el fondo del mi corazón que hubiera suero antiofídico en la caravana. Pensé que la organización tendría el cuidado de traer algunos remedios para situaciones previsibles como ésta, pero no tenía.

Vociferé ante la falta de cuidado. Los acusé duramente por negligencia. Entonces el caravanero se aproximó. Él demostraba una extraña tranquilidad. Repetí las acusaciones de manera aún más vehemente cuando sentí que él no compartía mi preocupación. Me escuchó sin alterarse. Al percibir que yo no cesaría de reclamar, me interrumpió. Su tono de voz tenía una mezcla de firmeza y serenidad: “Lo que menos necesita la joven en este momento es que perdamos el control de la situación”. Le dije que no podríamos perder aquello que no teníamos; la situación ya estaba fuera de control y la culpa era de él. Si fueran un poco más prevenidos tendrían suero en la caravana. El caravanero se mantuvo impasible ante las duras palabras proferidas y enseguida me corrigió: “No tengo como controlar los acontecimientos a mi alrededor. Para mí es imposible prever y dominar todas las situaciones externas que puedan influir en mi vida. No obstante, puedo controlar el universo de emociones que me habitan. Tengo como ofrecer una buena razón para calmar cada pasión que me azota. Las tempestades del mundo están fuera de mi dominio; las del alma solo son posibles con mi permiso”.

Antes que yo revirara, Ingrid me tocó el brazo. Enseguida dijo que no era hora de tener miedo, sino esperanza. Me ofreció una sonrisa para alegrar mi corazón. Bajé la mirada. Él tenía razón; ella también. Lo que menos necesitábamos en aquel momento era mi desasosiego. Era necesario que me orientara por las virtudes en vez de seguir el impulso de mis emociones. En silencio, me lamenté por no haber tenido un comportamiento mejor. Yo estudiaba con la intención de aplicar el conocimiento adquirido en momentos cruciales como aquel; sin embargo, una vez más, dejaba escapar la oportunidad. Guardé silencio.

El caravanero pidió que le trajeran la serpiente. En frente de todos, abrió el vientre del animal con su puñal. Extrajo un líquido viscoso, vertiéndolo en una taza. Después solicitó que colocaran una determinada mezcla de hiervas en infusión. Todo aquello me era desconocido. Mientras aguardábamos, vi a Ingrid casi desfallecer e intenté animarla. Ella ardía en fiebre. Cuando llegaron con el té, el caravanero lo mezcló con el líquido retirado de la cobra. Lo revolvió con el puñal y se lo entregó a la astrónoma para que lo bebiera. Ella no lo dudó. Hizo una mueca que revelaba el gusto amargo del elixir.

El caravanero les pidió a los encargados que hicieran una camilla para ser transportada entre dos camellos emparejados. No quería que Ingrid se esforzara. Mandó a que la envolvieran con varios cobertores pues era importante, no solo por la fiebre, que ella transpirara bastante con la esperanza de que su organismo, estimulado por el elíxir, expeliera el veneno por los poros. Esperé a que el caravanero saliera y fui atrás de él. Quería saber si ella estaría bien. El caravanero fue sincero: “No lo sé”. Insistí en saber cuáles eran las chances de que ella sobreviviera. Una vez más la honestidad imperó: “Pequeñas. Muy pequeñas. Aquel tipo de serpiente posee un veneno muy agresivo”. Yo no estaba listo para oír aquello. Las palabras tienen el poder de hechizar, tanto para el bien como para el mal. De inmediato las emociones se aventajaron y por poco me vuelven a aprisionar mentalmente. Tuve que hacer un esfuerzo enorme para impedir que me dominaran una vez más. Aunque sabía que en aquel momento sería inútil insistir, no pude dejar de ponderar que sería prudente que la caravana trajera, en los próximos viajes, algunas dosis de suero antiofídico debido a la gran cantidad de cobras que existen en el desierto. Yo quería dejar registrada mi insatisfacción con lo que consideraba una falla grave de planeación. El caravanero, tal vez por sentir mi sufrimiento, me miró con profunda compasión. Había misericordia en sus ojos. Él explicó: “No fue por olvido. La razón es otra y muy simple. El suero debe estar refrigerado para que no se dañe. Sería difícil transportar una nevera en la caravana; imposible mantenerla prendida. Este es el motivo”. Él tenía razón. Guardé silencio. El caravanero aconsejó: “Aunque hubiera ocurrido un error, no era hora de desperdiciar energía, tiempo y tranquilidad con lo que no fue hecho. El momento es para concentrar esfuerzos en aquello que podemos hacer; en las soluciones posibles”. Él concluyó: “Hicimos todo lo que sabíamos. Ahora tenemos que formar una corriente de pensamientos buenos en torno a la joven. Ofrecer nuestro corazón para que, unidos, sirvan de cimientos para el puente por el cual los buenos espíritus del desierto irán a transitar. Cuanto mayor sea el amor, más carga el puente puede soportar”. Y me dejó un aviso: “Un buen puente tiene el tráfico interrumpido cuando uno de sus pilares se muestra frágil. Es como cortar el hilo conductor para interrumpir el paso de electricidad. Quien no se considera lo suficientemente firme para mantener el flujo energético entre las dimensiones, que se aleje en este momento. Es también una forma de ayudar” y salió. 

La caravana retomó la marcha. Preocupado, alineé mi camello justo atrás de los camellos que transportaban a Ingrid en la camilla. Las palabras del caravanero no salían de mi cabeza; me era difícil alcanzar su extensión. Ideas y emociones se debatían dentro de mí. Al mismo tiempo en que deseaba la cura de la astrónoma, tenía dificultad en creer que sucedería. Las condiciones eran muy precarias. En ese momento fui sorprendido por una voz: “Lo que determina si el andariego proseguirá en la jornada no son las intemperies del camino, sino el poder que él trae consigo. Las batallas de un guerrero no se definen por su destreza con la espada, las victorias nacen en la mente. Para vencer no se puede temer la derrota; para vivir, al menos con la intensidad que la vida merece, no se puede temer a la muerte. La vida se moldea en la consciencia”. Era la bella mujer de ojos color lapislázuli. Ella emparejó su vigoroso caballo negro al lado de mi camello sin que yo lo percibiese. 

Bromeé diciéndole que tenía que dejar de leer mis pensamientos. La mujer sonrió y prosiguió: “No basta entender, es preciso aceptar; la existencia nos ofrece el indispensable ejercicio con la verdad. La verdad se construye en la amplitud de la consciencia. Ambas son líneas de una misma regla”. 

Le dije que no había entendido. Ella comenzó a explicar: “Somos mucho más que nuestros cuerpos físicos. Solamente al aceptar esta realidad nos será posible vivir de acuerdo con otro nivel de percepción. Fuera de esto, todo el resto es ilusorio y cotidiano. Conocimiento aliado a la práctica permite ir, desde que sea de manera amorosa, más allá de los cinco sentidos básicos. Es cuando dejamos la infancia de las sensaciones para conocer las infinitas posibilidades de otra realidad. Mucho menos física, mucho más poderosa”.

“Toda cura se origina en la consciencia. A su vez, puedo tener el inconsciente como aliado o enemigo, dependiendo de cómo será utilizado. La misma herramienta que utilizo para construir también puede ser usada para demoler”. La interrumpí para decirle que el discurso continuaba complicado. Le pedí que se explicara mejor. La mujer de ojos azules tuvo paciencia: “El inconsciente, movido por memorias ancestrales, aprisionado por condicionamientos culturales, responde por nosotros más de lo que solemos notar; este es responsable por el automatismo de casi todas las reacciones que tenemos. Esto hace con que también sirva de limitante ante nuevas posibilidades. El inconsciente, salvaje y dominante, le impide al consciente expandirse y conocer todo su infinito poder. Educar el inconsciente es primordial para la libertad de la consciencia. La amplitud de la visión permite la transformación del ser. La realidad a tu alrededor se modifica a medida que la entiendes de manera diferente”.

“Era eso a lo que el caravanero se refería. La consciencia, aunque es percibida en el cuerpo físico, también está fuera de él. Este es el indicio inicial para conocer nuevas capacidades al permitir la interacción entre planos de existencia. Si la parte más importante del ser está más allá del cuerpo, otras funciones vitales también pueden ser alteradas fuera de la esfera física. Claro que varios factores como el karma, por ejemplo, afectan el resultado pretendido, pues evolución está intrínsicamente ligada al aprendizaje. No obstante, no veas el karma como un bloqueo sino como un estímulo. El aprendizaje accionará el inconmensurable poder que, por ahora, está fuera de uso, proporcionando una vida más plena en libertad, dignidad, paz, felicidad y amor. Karma es una lección aún no aprendida, pero más que eso, es un aliado de la evolución. Es del veneno que se extrae el antídoto para la cura”.

“Por tanto, no te veas como un cuerpo, sino como un espíritu. No te sientas como mera materia andante, sino como una sofisticada energía latente. Ésta es la diferencia entre el estar y el ser; entre lo mío y el yo; entre la estética y la ética; entre lo finito y lo infinito. Eres un espíritu que en este momento necesita un cuerpo físico para sus debidas lecciones evolutivas, principalmente las de orden emocional; para entender mejor la fuerza más poderosa del universo, el amor. En general, los espíritus que aún necesitan de un cuerpo físico saben muy poco sobre el amor. Aunque crean conocer todo sobre el asunto, casi todos son desequilibrados amorosamente. Todos los karmas, directa o indirectamente, hablan sobre el amor. Con fuerte influencia de los sentimientos, somos cada uno de nuestros pensamientos. La armonía de aquellos es imprescindible para el equilibrio y la evolución de estos. Así moldeamos la realidad a través de la consciencia. Ni más ni menos”.

“Ideas cimentadas en sentimientos que se materializan en elecciones. Una tras otra, las elecciones dibujan quien soy a cada momento. Emociones equilibradas ayudan a perfeccionar las elecciones al buscar inspiración en las buenas virtudes. El ejercicio de las virtudes nos aproxima a la luz; no hay otro camino. Poco a poco, la plenitud se instala en el ser, manteniéndolo más allá de las tempestades mundanas. Así tenemos una vida diferente y mejor a aquella para la cual fuimos educados por patrones que privilegian el plano material en detrimento de los logros invisibles. Es la diferencia entre las rejas y las alas; entre el veneno y el antídoto”.

 “A cada fracción de segundos emitimos vibraciones de acuerdo con el pensar de aquel instante. Los pensamientos forman ondas que navegan por el espacio generando efectos. Luz y sombras se alimentan de ellos. Cada onda tiene una frecuencia propia: ondas largas si las vibraciones son densas; ondas cortas si son más sutiles. Esto determina la calidad de nuestra energía; define quién somos y las fuerzas con las cuales estamos en sintonía. Establece el poder que tenemos a cada momento de la existencia”. 

“Las ondas largas forman abismos en las rutas del universo; las cortas funcionan como puentes. Así determinamos a dónde podemos ir; si estamos aprisionados o si somos capaces de proseguir. Quien define el alcance de la jornada eres tú; tu visión y tu pensar; tu consciencia. Las vibraciones sutiles, por ser ondas menores, poseen una mayor capacidad de penetración. Por lo tanto, de transformación. Esta es la fuerza del bien. Entre más leve el pensamiento, mayor el poder de la luz en ti y a tu disposición”.

“Lo que concede ligereza al pensamiento es la esperanza en la vida, es la fe en sí mismo. La generosidad, la delicadeza y la paciencia que tengo conmigo y con todos. La humildad en el ser y la compasión en el sentir. La sencillez en el vivir. La alegría al percibir cada momento latiendo en las venas. La sinceridad de la palabra y la pureza de intenciones que pavimentan todas las relaciones. El amor que florece en mi corazón y que comparto con el mundo. Así alcanzamos las estrellas”. 

“Cuando te envuelves en deseos pasionales, con la ignorancia, el orgullo, la vanidad, el egoísmo, los celos, la intriga, la envidia, la ganancia, la venganza, la victimización, o con las conquistas meramente materiales, acabas creando dependencias y relaciones dominadoras de deseo y poder. El miedo de no conseguir lo deseado y, enseguida, el miedo a perderlo. Al final, queda un inmenso poder sobre la ilusión”. 

“Todo lo que te dé miedo perder, no vale la pena conquistarlo”.

“Las verdaderas y valiosas conquistas no pueden ser robadas; no se desvanecen en el aire ni se deterioran con el tiempo. Esta comprensión amplía la capacidad consciente al actuar más allá de la realidad física y ofrecer puentes para atravesar los abismos de los poderes mundanos que, en verdad, no pasan de realidad aparente. La realidad de consciencia se vive concomitante al mundo, pero está más allá del mundo. La miel de la vida se da en la esencia del ser al ejercitar las virtudes. Este es el poder de la vida. La luz”. 

“Lo más curioso es que cuando te autobloqueas, dados los condicionamientos obsoletos, te enfocas exclusivamente en la apariencia, en una convivencia de superficie, apenas perceptible a los cinco sentidos básicos, renunciando a usar el poder consciente para alterar la realidad. Pierdes las ganancias verdaderas y profundas, y te cercas de abismos sin ningún puente, quedando así imposibilitado para seguir el viaje por la negación de las posibilidades que te impusiste”. 

La mujer de ojos color lapislázuli fue más allá: “Trayendo esta retórica para la situación de Ingrid, el caravanero intentó explicarte que es justamente el miedo y la desesperanza lo que te impidió ayudar a la astrónoma”. Retruqué de inmediato. Era absurdo pensar que Ingrid moriría por mi causa. La mujer de ojos azules sacudió la cabeza: “No fue eso lo quise decir. Solo dije que en la actual esfera de vibración en la que te encuentras no podrás ayudar a que el estado de salud de ella mejore. El caravanero intentó explicarte, entre otras cosas, que tu miedo y la ignorancia sobre el propio poder pueden romper el eslabón de la cadena. La cadena de luz en la que intentamos envolver a Ingrid con la esperanza de potencializar su cura”.

Volví a discordar. Argumenté que el miedo era natural. Ingrid corría serio riesgo y yo temía por su vida. La mujer fue didáctica: “Sí, el miedo es natural, pero lo que hagamos con él es una elección. Puedes permitir que domine tus pensamientos, bloqueando los movimientos de esperanza y fe al depararse con abismos astrales que tú mismo creaste. De otro lado, tienes la posibilidad de mostrarle al miedo que la vida es un acto de coraje, por ser indispensable para los desafíos inherentes a la existencia y al aprendizaje. Esto, a su vez, inicia el proceso de cambio. El coraje alimenta la esperanza al creer en las infinitas oportunidades de la vida. Ella sabe que siempre, de una forma o de otra, habrá una nueva oportunidad. Ni la muerte agota las posibilidades; tan solo las transforma”.

“No pierdas la oportunidad de aumentar la fe surgida en cada dificultad. Aunque se hable mucho de ella, la fe es la virtud más desconocida entre nosotros; también una de las más poderosas. La fe, al contrario de lo que muchos imaginan, no se trata de una creencia o de solamente creer en Dios, en la Luz o en el Universo. Este es apenas el primer escalón de la fe. La fe alcanza su mayor potencial al percibir que, así como el amor y las demás virtudes, es parte de lo sagrado que nos habita. No obstante, la fe es mucho más que la esperanza y la firmeza, aunque de ellas se fortalezca y les sean esenciales, la fe se caracteriza por el poder que cada individuo tiene para mover la fuerza inconmensurable que trae dentro de sí en favor de sí mismo y del mundo; el verdadero poder de la luz. Esto hace con que creas en ti mismo y en el poder infinito de transformación que posees. Creer en sí mismo, desde que sea con el más puro amor, equivale a creer en Dios”. 

Ante mi espanto, me miró profundamente y murmuró como si contara un secreto: “Sí, tú puedes”. 

Dije que, aunque tuviera toda la fe existente, yo no podría impedir la muerte. La mujer de ojos azules estuvo de acuerdo: “Claro que no. Y es bueno no poder hacerlo, pues sería un acto de profundo egoísmo”. Discordé; ella explicó: “La muerte es un acto de amor. Un bonito y sabio gesto de amor de la Vida con relación a la vida. Desde que se entienda todo el amor que hay en la vida, obviamente”.

“La muerte cierra un ciclo de aprendizaje para proporcionar el inicio de otro en diferentes condiciones de existencia. La muerte no toma nada de nadie, salvo de los que insisten en sus sentimientos egoístas y de dominación. Así, además de un gesto de amor, es también un acto de sabiduría y justicia”. 

“La muerte tan solo altera la programación de la vida, ofrece una nueva oportunidad de evolución con diferentes herramientas”. Volvió a hablar como si contara un secreto: “La muerte también hace parte del proceso de cura y de encanto por la vida. La muerte es una bendición. Siempre lo será, aunque tengamos dificultad para comprenderla”.

“Al entender que mi muerte no es enemiga de mi vida, sino una aliada, me vuelvo un guerrero sin miedo. Invencible por el poder que asumo”.

Ponderé que, si aquellas palabras fuesen verdaderas, de nada serviría mentalizar o rezar por la cura de Ingrid. La muerte es inexorable y es sabia al establecer la hora de la partida. La mujer concordó parcialmente: “La mayoría de las veces es imposible. Sin embargo, en algunas raras ocasiones es permitido como ejercicio para la espiritualidad de las personas involucradas. La muerte es uno de nuestros mejores maestros, desde que se ame y se entienda la vida. De lo contrario, continuará siendo un problema y, lo peor, un instrumento de amenaza disponible para aquellos que se dejan manipular por las sombras”. 

Yo tenía una serie de preguntas para hacerle, cuando dieron la orden de parar. Era final de tarde. Acamparíamos allí aquella noche. La mujer de ojos color lapislázuli tocó con el calcañar el dorso del vigoroso caballo negro, movió las riendas y pronto desapareció de mi alcance. Aquella conversación me había ofrecido una nueva óptica pero, como todo en la vida, necesitaría de la debida asimilación; otras cuestiones habían quedado sin explicación para mí. Y como todo en la vida: un paso a cada vez.

Ingrid fue acomodada en una tienda con mucho cuidado, con los ojos cerrados parecía estar en un profundo sueño. Fui autorizado a permanecer a su lado. En vigilia, sin hambre, rechacé la cena. Mas tarde, cuando el murmullo del campamento cesó, fueron a la tienda el caravanero, la mujer de ojos azules, el buen hombre del té y la sabia anciana con quien yo había enfrentado una tempestad de arena hacía días. Sentados, formaron un círculo en torno de la astrónoma recostada sobre tapetes y almohadas. Me preguntaron si yo me sentía apto a participar. Yo sabía que no podía ser el eslabón débil de la cadena. Por lo tanto, tenía que estar dispuesto a entregarme completamente a aquel momento; tenía que ofrecer todo mi amor. Asentí con un movimiento de cabeza. El caravanero entonó una sentida oración en forma de canción. Los demás lo acompañaron. Como era desconocida para mí, apenas me dejé envolver por la agradable vibración que la música instauró en la tienda en aquel instante. Todos extendieron sus manos encima del cuerpo de la astrónoma. Acompañé el movimiento. Tuve la extraña sensación que de mis manos emanaban ondas que nunca había sentido. En parte, se originaban de mí; en parte, venían a través de mí. A pesar de la difícil situación de Ingrid, había belleza y ligereza innegables en aquella tienda. No puedo precisar cuánto tiempo duró aquella ceremonia sencilla y poderosa. Como la fe, igual que el amor. 

Al terminar, el caravanero susurró: “Que los buenos espíritus del desierto permitan que se realicen no nuestros deseos, sino lo que sea mejor para Ingrid”. Percibí en aquel instante que, en verdad, no siempre los mejores deseos, aunque sean puros y sinceros, representan las mejores elecciones. Poco a poco, uno a uno, le dieron un beso suave en el rostro a la astrónoma y se retiraron en silencio.

A solas con Ingrid en la tienda, pensé en la frase dicha por el caravanero antes de salir: “Que suceda lo mejor…” Había sabiduría, amor y justicia en aquellas palabras. ¿Cuántas veces no nos engañamos con relación a lo mejor? Nuestros deseos a veces son egoístas; los miedos nos tienden trampas traicioneras. La visión de corto alcance nos proporciona un sufrimiento innecesario al no entender lo que existe más allá, a donde los ojos aún no pueden llegar. No tenía cómo saber lo que le esperaba a Ingrid en la próxima estación. Era pretensioso de mi parte creer que yo sabía lo que era mejor para ella, cuando muchas veces ni soy capaz de saber qué es lo mejor para mí. Sí, la muerte es parte importante del ciclo de la vida al permitir su renovación en otros niveles y planos de existencia. Amar la vida consiste en entender la grandeza y la sabiduría de la muerte; estar en paz con la muerte nos permite vivir los días con intensidad, coraje y amor.

Recordé que del veneno de la cobra se extrae la esencia del antídoto que salva del propio veneno; la enfermedad enseña todo sobre la cura. El coraje nace en la forja del miedo; la fe se origina del desamparo. Las sombras, en el fondo, son la semilla de la luz. La muerte no es un mal, tampoco debe ser temida; no es un veneno. La muerte no mata ni es un fin. La muerte es renovación, desde que haya respeto y amor por el ciclo de la vida. La muerte me habla sobre el valor de la vida. Por lo tanto, jamás debemos llamar o desear la muerte por respeto a la vida. Sin embargo, aceptarla con sabiduría en su momento, como un maestro que encierra una lección. Mi corazón se serenó de manera absoluta; las ideas fueron claras como nunca las había percibido. Sentí una paz desconocida. Pasé la mano con cariño sobre el rostro de Ingrid y le deseé lo mejor, de modo sincero, aunque estuviera distante de mi deseo. 

Tuve la firme sensación de que, independiente de lo que sucediese, nada me abalaría. La vida evoluciona en ciclos de aprendizaje, transmutaciones, reparticiones e infinitos viajes. Me sentí digno, libre y en paz. En comunión conmigo mismo como una forma de estar en comunión con la perfección de la vida. Una extraña ligereza pareció capaz de sostenerme en el aire. Cuando la muerte no asusta más; la vida florece en impensable belleza. El veneno de la muerte me ofrecerá el antídoto para la muerte. Había aprendido una, apenas una, de las infinitas posibilidades de cura a través de la vida. 

Entonces, cuando menos lo esperaba, lo inesperado aconteció. La astrónoma abrió los ojos y balbuceando pidió un poco de agua. Al regresar con la cantimplora, Ingrid me sonrió.  Era una sonrisa linda y repleta de vida. La fiebre cesó. Sus ojos brillaban. En aquel instante no tuve ninguna duda de que el viaje de ella todavía proseguiría por las arenas del desierto. En aquella caravana. A mi lado.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

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