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La vida no es aburrida

La vida estaba aburrida. Eso pensaba cuando el bus paró cerca del único hospedaje de la villa china en la subida al Himalaya. Todo sin gracia; todos parecían conspirar para restar belleza a mis días. Mi relación sentimental no andaba bien debido a sucesivos desacuerdos; en la agencia de publicidad, una seria disputa interna causaba rivalidad entre los funcionarios y comprometía los trabajos de la empresa. Los clientes lo percibieron y algunos no quisieron renovar sus contratos. Yo me había desentendido con mis hijas por la poca atención que ellas me dispensaban; mis amigos siempre con las mismas conversaciones y asuntos. Dejé mi equipaje en el hostal. Mientras andaba por las callejuelas de la villa rumbo a la casa de Li Tzu, el maestro taoísta, para un período más de estudios, pasé enfrente a un pequeño restaurante que no existía cuando estuve allá por última vez. El lugar me pareció atrayente y agradable. Como no había comido nada en horas, resolví almorzar antes de encontrarme con Li Tzu. Fui recibido con entusiasmo por el dueño del establecimiento, que para mi sorpresa, era extranjero como yo. Fui acomodado en una mesa confortable. El menú ofrecía opciones diferentes de la tradicional culinaria china, lo que en aquel momento me pareció maravilloso. Mientras aguardaba la comida, Stefan, el simpático propietario, me informó que el restaurante trabajaba con una excelente cerveza artesanal, de un pequeño productor de la región. Acepté probarla. De hecho, la cerveza era de óptima calidad. Comenzamos a conversar. Stefan me contó que estaba feliz. Durante las vacaciones fue a conocer al maestro taoísta, pues se sentía triste. Le encantó el lugar. No dudó en dejar todo para vivir en la villa. Era socio de una constructora en su país natal, pero estaba estresado con el ritmo de las grandes metrópolis. Ahora vivía la calma y el bucolismo típicos de un lugar donde nadie tiene prisa. Tanto así que no prescindía más de los estudios sobre el Tao Te Ching. Finalmente se sentía un hombre completo y realizado; no deseaba una vida diferente. La conversación estuvo animada; las cervezas no faltaron. Llegué levemente borracho a la casa de Li Tzu. El maestro taoísta me pidió que fuera a descansar en el hostal y que retornara al día siguiente de mañana.

Al otro día, muy temprano, volví a casa de Li Tzu. Los alumnos aún demorarían en llegar para las clases y terapias. Siguiendo su rutina, él me invitó a que lo acompañara en los ejercicios de yoga y de gimnasia natural. Decliné; argumenté que mi cuerpo pedía descanso. Esperé casi una hora que él terminara. Enseguida, conforme su rutina, me invitó a la meditación. Aunque en contra de mi voluntad, acepté para no ser grosero. Mientras meditaba, solo un pensamiento ocupaba mi mente: ¿Qué hacía allí? ¿Por qué continuar en busca de conocimiento? ¿No sería la búsqueda de conocimiento una ansiedad como cualquier otra? La vida era sencilla. Yo ya había estudiado demasiado. Lo que en verdad necesitaba era cambiar la manera de vivir la vida. ¿Acaso la vida no está hecha de ciclos? Llegaba la hora de cerrar un enorme ciclo. Vender mi participación en la agencia, terminar una relación que se arrastraba, cambiar de ciudad, de amigos. Mis hijas estaban grandes y ya podían vivir sin min asistencia. Yo estaba decidido a tener una vida diferente. Conocer a Stefan había sido una señal del universo.

Cuando terminamos la meditación, Medianoche, el gato negro que vivía en la casa, me miraba de lejos. Parecía que no le gustaba lo que veía. Percibí que Li Tzu también me observaba por breves instantes, como si hubiese algo extraño en mí. Era mi firme determinación por el cambio, pensé. Fuimos a la cocina a tomar un té antes de que los alumnos llegaran. Mientras Li Tzu colocaba algunas hiervas en infusión, comentó que mi aura estaba agitada. “En la meditación no lograste suavizar los pensamientos para abrir espacio a nuevas ideas. Por tanto, no te conectaste con tu alma, donde todo potencial de evolución aguarda el despertar”.

Lo interrumpí para decir que yo estaba cansado de todo aquello; estaba cansado de la rutina que llevaba. Le comenté que había tomado la decisión de cambiar de vida. Él me preguntó cómo pensaba hacerlo. Le conté mis planes. Li Tzu respondió: “No hay nada malo en cambiar de vida y hábitos. Sin embargo, no es el hábito que hace al monje. El monje crea en sí el deseo de vivir nuevos hábitos”. Dije que era exactamente eso. Había surgido en mí el deseo de vivir una vida diferente. Él me miró con bondad; había mansedumbre en su voz cuando ponderó: “Pienso que hiciste la ruta inversa”. Se encogió de hombros y concluyó con resignación: “La ruta inversa, tarde o temprano, también lleva a la encrucijada del Camino”.

Tomamos el té en silencio. Los alumnos comenzaron a llegar. En aquella mañana las actividades comenzarían con una conferencia de Li Tzu sobre el libroEl zen y el arte del mantenimiento de motocicletas. En el patio de la casa había una salón de clases de buen tamaño. Al lado, un espacio para yoga y gimnasia natural. Una sala menor era destinada para las conversaciones individuales con el maestro taoísta. El salón mayor estaba repleto por la conferencia. Li Tzu tenía una oratoria serena, que encadenaba los puntos de su raciocinio con bonita ligereza. Él comenzó a discurrir sobre el libro de Robert Pirsig, pero yo no soporté escucharlo. Ir al Himalaya para oír sobre un escritor norteamericano era un despropósito. Pedí permiso para retirarme. El maestro taoísta asintió con un movimiento de cabeza. Antes de salir, él me entregó un ejemplar desgastado del Tao Te Ching. Era su ejemplar de uso personal, en el cual se percibía el desgaste por haber sido hojeado un sinnúmero de veces. Marcó el capítulo diez y dijo: “En este momento es todo lo que puedo hacer por un amigo querido”. Había compasión en sus ojos. Hecho que, confieso, me dejó aún más irritado.

Fui para el restaurante de Stefan pero no estaba. Me senté en una de las mesas y pedí una cerveza. La vida comenzaba allí. Mientras aguardaba, abrí el Tao en el capítulo marcado:

Tener cuerpo y alma, y abrazar el todo,

sin que nada se separe.

Dominar el respirar, la energía vital,

y ser flexible como un recién nacido.

Purificar la visión original hasta ver apenas la luz.

Amar al pueblo, gobernar el imperio

y no actuar, actuando.

Abrir y cerrar las puertas del Cielo,

desempeñar un papel femenino.

Comprender, estar abierto a las cuatro direcciones

sin recurrir a la acción.

Producir y hacer crecer,

criar y no poseer,

trabajar sin nada pedir,

dirigir sin dominar.

He aquí la virtud esencial.

Un montón de bobadas. Aquellas palabras, como si codificaran un gran secreto, me cansaban. Guardé el libro en la mochila; lo devolvería tan pronto me encontrara con Li Tzu. No demoró, Stefan llegó. Se mostró feliz al verme. Le noté algún trazo de embriaguez, pero no le di mayor importancia. Le conté lo sucedido y mi firme decisión de cambiar de vida. Él dijo que hacía lo correcto. Era hora de ser feliz. Me invitó a dar un paseo por las montañas. Fuimos a una bellísima cascada que yo no conocía. Al regreso paramos en el bar de un hombre que no era muy bien visto en la villa, aunque había nacido allí. Stefan pidió una botella de baijiu, un aguardiente típico de la región, con alto contenido alcohólico, y dos vasos. La bebida me pareció muy fuerte y no quise continuar. Él prosiguió. Percibí que era íntimo del dueño del bar. Pronto comenzó a narrar las ventajas obtenidas sobre las cosas que había tenido de la vida que llevaba en el pasado. Resaltó que ya había tenido mucho, pero no explicó cómo las había perdido. Después me invitó a entrar en sociedad en su restaurante; argumentó que necesitaba hacer obras de ampliación por causa de la creciente clientela, proveniente de los cursos de Li Tzu.  Una vez más, mencionó la calidad de vida por morar en la villa. Le pregunté el valor. Me pareció muy caro, pero no dije nada. Acrecentó que en caso de que yo estuviera dispuesto a invertir en un capital mayor, sería interesante montar un hotel, según el, un óptimo negocio, pues había apenas un hostal en la villa, que no tenía la capacidad para atender la creciente demanda de los alumnos de LiTzu. 

Volvió a hablar de la empresa de ingeniería que había tenido, del dinero que ganó y de las cosas que había hecho. Se me hizo extraño el hecho de que Stefan hablara tanto de su pasado, con evidentes muestras de orgullo y, lo más extraño, con nostalgia de la vida que tuvo y ya no tenía. Sus ojos brillaban más al hablar del pasado que del presente; los planes para el futuro tampoco mostraban la fuerza de una convicción inquebrantable. Yo había aprendido que hay algo errado con alguien cuando el pasado se muestra como un lugar mejor para vivir que el presente. La botella de aguardiente estaba vacía. Pagué la cuenta y como él estaba embriagado lo llevé a su casa; una casa muy sencilla, pero lo que no me gustó fue la suciedad y el desorden. Yo había aprendido que la casa suele contar la historia de quien la habita. A menudo, casa y habitante tienen energías reflejadas. Aquella es una fotografía del alma de éste; basta una lectura atenta.

Ya era tarde cuando lo dejé durmiendo. Fui para la posada. Demoré para dormir. Pensaba en todo lo que había sucedido y en lo que había presenciado. Stefan ya no me parecía un hombre que estuviera allí por libre elección. A mis ojos él estaba acosado por la existencia ante errores del pasado. Momentos en los que las posibilidades de elección no siempre son generosas; un método educativo común y eficiente utilizado por la vida. Sacando las ventajas que Stefan contaba, casi nada sabía sobre él, lo que era innecesario. Era perceptible que había poca verdad y mucha ilusión en lo que él intentaba hacerme creer. Su historia estaba recortada con las partes que le interesaban y pegadas al gusto del narrador. No me mentía; mentía a sí mismo. Vivir en la villa no había sido una elección serena, sino una fuga desesperada. Tal vez una fuga de sí mismo, por la dificultad de vivir con la persona en la que se había convertido y ahora se deparaba con una realidad que no le era atrayente, por esto la coloreaba con tintas de mucho brillo y poca textura.

Sin embargo, aún se negaba a aceptarlo, atrasando el propio proceso evolutivo. En estos casos es común, para disminuir la sensación de abandono ante el vacío existencial, intentar arrastrar con él a quien esté distraído o perdido. No lo hacía por mal, el inconsciente muchas veces está condicionado en vano intento de dividir el dolor como terapia de menor sufrimiento. Mis emociones transitaron entre la revuelta y la frustración. Finalmente, surgió un sincero sentimiento de misericordia ante la enorme herida que sangraba dentro de aquel hombre. Bajo la luz tenue de la lámpara del cuarto del hostal, leí y releí el capítulo del Tao que Li Tzu me había recomendado. 

Al día siguiente, caminé por las montañas. Necesitaba quietud y soledad. Fui hasta la naciente de un riachuelo de aguas cristalinas. Me senté bajo un árbol frondoso y medité sobre el trecho del Tao que, de tanto leer, ya sabía de memoria.

Tener cuerpo y alma, y abrazar el todo, sin que nada se separe.Cuerpo, en él la mente; y el alma, la Santísima Trinidad del individuo. Entender toda la extensión y amplitud del ser para vivir íntegramente y, a partir de ahí las infinitas posibilidades; sea en la horizontalidad, sea en la verticalidad, concomitantemente. Los tres vértices del triángulo sagrado deben estar harmonizados y equilibrados, trabajando en un mismo propósito. Cuando se cuida solamente de uno, y se relega los otros a un segundo plano, genera descompensaciones manifestadas en formas de tristeza o agresividad. Cuando se vive el sueño y se ejercita el don, aunque exista dificultad, hay bienestar. Quien camina por gusto no desanima. 

Dominar el respirar, la energía vital, y ser flexible como un recién nacido. Equilibrar las emociones para estar más allá de las frustraciones; adaptarse a lo imponderable. Adaptabilidad es síntoma evolutivo; toda dificultad sirve como lección y un poder se despierta.

Purificar la visión original hasta ver apenas la luz. Traemos condicionamientos socioculturales que nos ilusionan con relación a la verdadera realidad; las sombras nos aprisionan a valores sin valor. Cortinas que debemos abrir para que el sol entre. Morimos por lo concreto; apenas cargamos lo abstracto en la ligereza del equipaje necesario para el próximo trecho del viaje. Se hace primordial ver la puerta para, entonces, atravesarla. La luz aguarda más allá de la puerta de cada una de las virtudes. 

Amar al pueblo, gobernar el imperio y no actuar, actuando. No se trata de cualquier ejercicio de poder mundano, sino de una práctica espiritual esencial. Eres tu propio y único imperio; cada uno apenas ejerce poder legítimo sobre sí mismo. Eres como un país complejo en sus particularidades; educación, salud y bienestar. Ámate a ti y a las personas a tu alrededor; el pueblo. Comenzando por la familia, los amigos, colegas de trabajo y vecinos, expandiendo las ondas en círculos concéntricos, de las márgenes al centro del lago de la eternidad. Que cada elección refleje la grandeza y la pureza de tu ser. Que cada actitud no sea para engrandecerte ante el mundo, sino para alegrar y enriquecer lo más íntimo que danza en alegría silenciosa a cada acto repleto de virtud y amor. El ego es barullento y estruendoso; el que se muestra al mundo. El alma, silenciosa; invisible. En el lenguaje del Tao, no hacer, haciendo

Abrir y cerrar las puertas del Cielo, desempeñar un papel femenino. Estar en permanente contacto con las esferas invisibles de la vida, yendo y viniendo, siempre con el compromiso de crear nuevas posibilidades, de reinventarse, de generar luz; así como la mujer hace florecer la vida.

Comprender, estar abierto a las cuatro direcciones sin recurrir a la acción. Sentir el flujo de la vida; percibir las señales; entender tu sueño y tu don, son los propósitos de tu vida; tu dharma. No resistirse a la luz. A menudo, ella está oculta donde menos esperamos o solemos negar. Entender los fundamentos de la existencia; no permitir que las grandezas del mundo se tornen un impedimento para la grandeza de tu alma. La contradicción es apenas aparente. El alma actúa sutil y desapercibidamente dentro de los valores y de las riquezas invisibles de la vida, al contrario de la acción torpe de un ego aún desorientado por brillo, pues en verdad, todavía no percibe la luz que lo aguarda en el alma. 

Producir y hacer crecer, crear y no poseer, trabajar sin nada pedir, dirigir sin dominar. Esta es la virtud original. Crear condiciones, generar vida a través de impensadas posibilidades. Escoger y actuar por amor; sembrar el bien, construir puentes y derrumbar muros. Entender la diferencia entre el yo y lo mío.  Al yo y a lo mío el exacto valor y la debida importancia. En las virtudes personales reside la plenitud del ser. 

Sin duda es una interpretación sintética y tímida de la profundidad que el texto permite; un capítulo merecedor de un libro propio. Apenas una breve noción de dónde se puede llegar en el fantástico viaje del Tao; en quién podemos convertirnos si lo recorremos. En aquel momento fui envuelto en una agradable sensación de sintonía con la vida. Yo fluía con ella y a través de ella, sereno como el riachuelo que sigue su flujo, sin permitir que las piedras de camino le impidan cumplir su destino. Agradecí por el conocimiento permitido. No obstante, cualquier conocimiento solo tiene valor si es aplicado a la vida.

Me dirigí a mis problemas, envuelto en la atmósfera del Tao, en sincera reflexión. Por vicio comportamental, me incomodaba la forma de ser de mi pareja porque, en el fondo, deseaba que ella cambiara para adecuarse a mí. Mera comodidad y una invitación al estancamiento al creer que mis dificultades surgen por el comportamiento o incomprensión de los otros. Cada uno es a su manera. Si algo no está bien, ¿será que no soy yo quien debe cambiar? Al final, tengo siempre que tener en mente la posibilidad de ser diferente y mejor. Un poco más a cada día. Tengo que gobernarmea mí mismo y amar al pueblo. No puedo exigir una perfección que, por ironía, estoy distante de poseer. Esto es gobernar al imperio ageno. Suele ser muy común exigir de las otras personas justamente las virtudes que nos faltan. Llamamos eso de complitud. Un error conceptual, pues nadie se completa en nadie; esto se denomina dependencia. Cada uno se completa en sí mismo. Compartir lo mejor de sí es efecto inevitable de un ser entero. Sentí nostalgia de mi novia.

Con relación a la agencia, entendí que yo tenía un equipo formado por profesionales altamente competentes y geniales. Como yo consideraba que la creatividad, factor de enorme valor en la publicidad, debía andar suelta como un caballo salvaje, traje como consecuencia que todos quedaran sin límites con relación a sus responsabilidades y atribuciones. Faltaba disciplina como elemento ordenador tanto de trabajo como de creatividad. Este eje era mi responsabilidad. Abrir y cerrar la puerta del Cielo; y generar vida. No dudé que después de eso todo retornaría a la indispensable tranquilidad y que mejoraría la productividad de todos, pues cesarían los conflictos. Es necesaria la paz para trabajar bien. Vale resaltar que un caso nunca es igual a otro, sin embargo, cuando algo no anda bien en nuestras vidas recurrimos a la demolición de la situación cuando, a veces, una simple y bien pensada reforma trae la ampliación y un mejor provecho del momento, sin necesidad de renunciar a todo lo que ya fue construido. Producir y hacer crecer.

Con relación a mis amigos, no eran las conversaciones que estaban irrelevantes. Amigos suelen conversar sobre los mismos asuntos siempre. Es la misma charla, pero diferente. Libros, películas, deportes, trabajo, hijos, viajes, no importa. Lo importante es el vínculo que los une oculto bajo el manto de cualquier asunto. Amigos son sagrados y aunque puedan ayudar, agotar mi vacío existencial no es su función ni su obligación. Trabajar sin nada pedir, así se fortalecen las amistades. El Camino está repleto de solidaridad, sin embargo, es absolutamente solitario. Nadie podrá recorrerlo por nadie.

Finalmente, mis hijas. Ellas habían crecido y yo me negaba a aceptar el hecho. Las quería en el nido cuando sus alas ya les permitían vuelos de grandes altitudes. Con la ilusión y el pretexto de amar y protegerlas, yo insistía en resignarme a la libertad tanto de ellas como a la mía, pues insistía en el papel del carcelero que, mientras no abandone el puesto, no saldrá a la vida. Criar y no poseer, dirigir sin dominar. Ellas debían alzar sus propios y maravillosos vuelos. Mi corazón sería siempre un buen lugar para cuando sintieran deseo de estar, así fuera en dulces pensamientos como una simple estrofa de una bellísima canción de amor.

El Tao siempre tendrá infinitas aplicaciones.

Lloré conmigo. Me sonreí a mí mismo. Había sido un lindo encuentro, de aquellos que tenemos que hacer más cotidianos en nuestra existencia.

Volví al hostal, arreglé la maleta. Compré un pasaje de regreso en el próximo bus. Fui a casa de Li Tzu. Me senté en la sala mientras aguardaba que terminara una consulta. Al contrario de la última vez, Medianoche se enroscó en mí. El maestro taoísta arqueó los labios con una sonrisa cuando me vio: “Tu aura cambió; está más clara”, comentó. Fuimos a la cocina. Mientras preparaba las hiervas para el té, narré lo sucedido. Le dije que tomaría el siguiente bus, pues tenía asuntos importantes para resolver. Agregué que no se cambia de lugar para cambiar de vida; se cambia la vida para cambiar de lugar. Él ofreció una luminosa sonrisa y concordó: “Esta etapa de tus estudios del Tao, por sí sola, se completó. Entendiste lo que tenías que entender, ahora es aplicar la lección. Cuando sientas necesidad, regresa para la siguiente lección”. Mencioné que, indudablemente, pronto estaría de vuelta.

Le dije que estaba preocupado por Stefan. Li Tzu lo comprendió: “También me preocupa. Muchos en la villa han entendido lo que le pasa y están dispuestos a ayudarlo. No obstante, él aún está perdido y bastante irritado con las consecuencias dañinas de sus elecciones pretéritas. Mientras esto perdure será difícil cualquier ayuda. Es necesario despojarse de la máscara y del personaje. Él tiene que aceptarse para que pueda ayudarse. Solamente así podremos auxiliarlo. Este es el movimiento sin el cual no podemos comenzar. Debemos respetar el tiempo de resignación y entendimiento de cada persona sobre la realidad que la envuelve. Entonces estará listo para iniciar el proceso de transformación”. Frunció el ceño y concluyó: “Las derrotas no deben ser muros de vergüenza, sino puentes para la superación. Superación de sí mismo, la única que posee valor. Si todos supieran que los mejores libros y películas, en esencia, cuentan historias de superación, aprovecharían más y mejor los reveses de la existencia”.

Comenté que es impresionante como desperdiciamos las herramientas que la vida nos ofrece. Li Tzu recordó una frase contenida en el libro de Pirsig, la cual utilizó en su última conferencia: “‘La verdad toca nuestra puerta, a lo que respondemos: ‘Vete, estoy ocupado buscando la verdad’. Ahí ella se va. Realmente increíble’”. Sonreímos. Lamenté haber abandonado la conferencia. Él corrigió: “No hay de qué reclamar. En aquel momento tu búsqueda te llevaba al mismo entendimiento, no obstante, de otra forma. A tu manera”.

Le di un fuerte abrazo y le dije que no demoraría en regresar. El maestro taoísta volvió a sonreír para demostrar su contentamiento. Antes de salir, le expliqué que cuando había llegado a la villa, días atrás, traía la equivocada convicción de que la vida era aburrida. Una certeza que había quedado deshecha. Li Tzu meneó la cabeza en anuencia y concluyó: “Aburrido es algo fastidioso, molesto, sin originalidad o ninguna elevación. La vida es todo lo contrario a esto, o aún no la entendemos”. 

Le pedí quedarme con su ejemplar de uso personal del Tao Te Ching como recuerdo de aquel viaje. Li Tzu dijo que era un regalo; que podía quedármelo, pues había comenzado a aprender a usarlo. “Apenas comenzado” resaltó. Le agradecí. El libro aún está guardado en el altar que mantengo en casa, pues es sagrado para mí.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

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